lunes, 13 de enero de 2014

La monarquía y la antigua Olimpia: épica y aristocracia (1)


En los dos poemas épicos atribuidos tradicionalmente a Homero y referentes de la literatura griega, la ‘Ilíada’ y la ‘Odisea’, se encuentran las dos primeras referencias literarias de la Historia al atletismo griego. Homero nunca menciona los Juegos Olímpicos, ya que se trataría de un anacronismo, pero sí que describe con gran rigor los distintos tipos de competiciones atléticas y la naturaleza social de quienes las practican. En el canto 23 de la ‘Ilíada’ aparecen, dentro de las honras funerarias ofrecidas a Patroclo, asesinado por el troyano Héctor, ocho competiciones atléticas en la que los héroes aqueos se enfrentan entre sí para obtener algún premio (Homero, Iliada 23, 256 – 897). Acorde a la naturaleza épica y guerrera de este poema heroico, donde los protagonistas son príncipes y reyes, el contexto de estas competiciones no se contradice en absoluto con este ambiente. Todos los hombres que compiten en estos juegos funerarios organizados por Aquiles son caudillos y monarcas de los reinos aqueos que asediaban Troya.
Games in Honour of Funeral of Patroclus, por Carle Vernet
 Se esfuerzan por alcanzar el premio estipulado que no es sino poder demostrar ser poseedores de la excelencia y la areté que se les supone por su condición. Quien venciera confirmaba ser un aristos (el mejor) miembro de los aristoi (las familias aristocráticas). La prueba que mayor protagonismo adquiere para Homero fue la carrera de carros tirados por dos caballos, un evento ecuestre en el que participaron cinco reyes. En el resto de competiciones fueron igualmente los reyes aqueos quienes compitieron por aumentar su nobleza y quedarse con alguno de los ricos premios (Crowther 2007 p. 42; Kyle 2007 p. 77; Miller 2004, pp. 1-11).

En la ‘Odisea’, el otro poema épico atribuido a Homero que probablemente se redactó durante el siglo VIII[1], y que se centra en el viaje del rey de Ítaca Ulises para regresar a su palacio, se vuelven a describir actividades atléticas con unas connotaciones sociales claramente elitistas. Un Ulises náufrago llega a una isla desconocida pero donde sus habitantes, los feacios, lo reciben con gran hospitalidad, llegando a organizar un banquete y un concurso atlético en su honor organizado por el rey de los feacios (Homero, Odisea 8, 100 – 214). El hijo de éste invita al extranjero a participar en las pruebas, y Ulises, aunque reacio al principio, acaba aceptando para que no se tenga duda de su nobleza. Efectivamente, el rey de Ítaca acaba demostrando ser un aristos cuando en el lanzamiento de disco vence sin que ningún otro consiga acercarse.

En los siglos IX y VIII a.C. en Grecia se fue configurando la polis (ciudad-estado) como modelo territorial, político y social en un proceso dirigido por la cúspide de la sociedad. Aquellas familias aristocráticas que durante el primer Arcaísmo estaban acaparando el poder social, político y religioso (los agones eran manifestaciones religiosas en santuarios como Olimpia o Delfos) habiendo heredado las prebendas de unas viejas monarquías que iban mutando en estas aristocracias, paralelamente a esa configuración de la polis griega. La propia ciudad de Elis, encargada de administrar la vida del santuario, fomentó a posteriori un origen mítico y regio de los Juegos Olímpicos. Este mito, transmitido por Pausanias, narra cómo el Oráculo de Delfos sugirió al rey Ífitos de Elis instaurar los Juegos de Olimpia (Pausanias 5, 20, 1).

sábado, 4 de enero de 2014

¿Realeza en los Juegos? ¿Algo del pasado?


Además de los espectáculos originales, las ceremonias de apertura también contienen tradiciones fijas. No tienen legado clásico alguno, siendo inventadas en las primeras ediciones del siglo XX. Probablemente, la tradición más conocida y popular sea el desfile de los países participantes, cuyo único guiño a la Antigüedad es el de otorgar a Grecia el honor de ser la primera nación en aparecer. A su vez, es el país anfitrión el que cierra el desfile. Habiendo caído ya la noche aquel 25 de julio barcelonés, fue durante este desfile cuando se produjo una de las imágenes más reprentativas de la ceremonia y probablemente de todos los Juegos del 92. Los deportistas españoles, como anfitriones de éstos, fueron los últimos en aparecer en la pista del Estadi de Montjuïc, y a la cabeza de ellos, ondeando la bandera española, iba el príncipe Felipe. Ese instante, seguido por el de su hermana la infanta Elena llorando emocionada en el palco, forma parte de los momentos más representativos de nuestra historia más reciente. Aún hoy, más de dos décadas despúes, es habitual ver repetidas en televisión estas imágenes del Príncipe de Girona como abanderado en la ceremonia de apertura.
Otra tradición de gran importancia en estas ceremonias es el del discurso de apertura de los JJOO a cargo del jefe de estado del país organizador. Aquel día de julio, el rey Juan Carlos I, desde el palco del Estadi, pronunció la siguiente fórmula: “benvinguts tots a Barcelona. Hoy, 25 de julio del año 1992, declaro abiertos los Juegos Olímpicos de la XXV Olimpiada de la Era Moderna”. Los Juegos de Barcelona 1992 quedaban inaugurados de forma oficial con estas palabras. De este modo, se produjeron en el transcurso de esta ceremonia de apertura uno de los momentos que siempre irá asociados al reinado de Juan Carlos I. En especial, como ya se ha indicado, el recuerdo del príncipe Felipe al frente de los deportistas españoles.
Pero esta aparición de la familia real española no era inédita en unos Juegos Olímpicos. Ni fue la primera vez que los Borbón tomaban parte en una ceremonia de apertura olímpica, ya que la infanta Cristina fue la abanderada española en el desfile de Seúl 1988, ni se trata de un raro caso de vinculación entre la realeza y el olimpismo. La historia de éste está plagada de personajes de sangre azul, un hecho que se remonta a los mismos orígenes del agonismo griego. El santuario de Olimpia fue testigo de la presencia de muchos monarcas, desde reyes de época arcaica hasta emperadores romanos. Es muy posible que el alto prestigio social que han caracterizado las competiciones olímpicas, uno de los rasgos más notorios que ha heredado el olimpismo moderno del antiguo, explique que también haya sido abundante la presencia de monarcas desde los JJOO de 1896 hasta la actualidad.