lunes, 19 de enero de 2015

La monarquía y la antigua Olimpia: épica y aristocracia (2)

La popularidad de agones como el de Olimpia y de la actividad atlética griega se expandió con firmeza en el Arcaísmo debido a factores como el sustrato deportivo de la tradiciones previas (como la cultura minoica), el impacto de la colonización o la fragmentación de Grecia en poleis. Las aristocracias dirigentes de éstas solían resolver intereses encontrados o rivalidades mediante conflictos y guerras. Una actividad bélica para la que el agonismo podía servir de entrenamiento, o incluso de sustitución. De este modo, Olimpia fue escenario de la competición inter-estatal y de la puesta en escena de unos valores aristocráticos que bebían directamente de la épica homérica.
Los aristócratas que participaban en las pruebas hípicas de Olimpia aportando carro y caballos solían contratar aurigas profesionales para asegurar de ese modo una conducción más competitiva. Los nobles no conducían, pero sí eran quienes obtenían la victoria ya que eran ellos quienes ‘poseían’ la virtud y las cualidades necesarias para alcanzar la corona sagrada de olivo. Incluso llegaron a participar monarcas, algunos de los cuales pudieron convertirse en campeones olímpicos. Por ejemplo, el rey de Cirene Arcesilao IV venció en la carrera de cuadrigas del 460. La victoria olímpica era un factor más que justificaba ante la ciudadanía que unas escasas familias aristocráticas acaparasen el poder político. La razón ideológica de esta posesión exclusiva era el nacimiento dentro de una de esas pocas familias agraciadas con el favor de los dioses y que garantizaba inteligencia, habilidad, fuerza y carácter innatos. También era aplicable este discurso en las pruebas gimnásticas (atletismo y combates), donde en realidad la riqueza permitía contratar preparadores y entrenadores profesionales (Nicholson 2005 pp. 2-13).
En las odas de Píndaro o Baquílides, en las inscripciones y otros memoriales para celebrar las victorias agonísticas se mantenía en un segundo plano el papel tan fundamental del conductor del carro, porque lo que se quería era ensalzar la excelencia de la superioridad aristocrática (Píndaro Olímpica 8, 68, Pítaca 10, 22 y Nemea 7, 11). En el Arcaísmo tardío del siglo VI e inicios del V proliferaron estos encargos para celebrar la propia victoria con un sentido de auto-propaganda por parte de la clase alta. Se trataba de un momento de cambio social y político en muchos estados griegos, ampliándose los derechos políticos a sectores de la ciudadanía en detrimento de los clanes aristocráticos hegemónicos (en algunos casos, como el de Atenas, desembocando en la democracia). Por tanto, un gran aristócrata necesitaba aprovecharse de su mayor disposición de medios para triunfar en Olimpia y otros agones para publicitar sus cualidades superiores y exclusivas y, de ese modo, justificar unos privilegios políticos que se estaban poniendo en cuestión por aquellos grupos sociales excluidos de la actividad política.
Una polis que mantuvo el régimen de la monarquía (en realidad, la mayoría de aristocracias arcaicas actuaban como tal), y además durante muchos siglos, fue Esparta. En la edición de la prueba de cuadrigas del 504, el rey espartano Damarato consiguió ser proclamado campeón olímpico. Otro rey, Agesilao II, que reinó a principios del siglo IV a.C., justo desde el inicio de la hegemonía de Esparta sobre el mundo griego tras la victoria del 404 en la Guerra del Peloponeso, quiso demostrar el poder y riqueza de su reino en el lugar de reunión por excelencia de todos los griegos: Olimpia. Según Jenofonte y Plutarco, él fue quien encomió a su hermana, la princesa Cinisca, a que participase en la carrera de carros de los Juegos Olímpicos. Venció dos veces, en el 396 y el 392 a. C.
Los mencionados cambios socio-políticos durante el cambio del Arcaísmo al Clasicismo conllevaron, entre sus consecuencias, la aparición de regímenes denominados tiranías (sin las malas connotaciones contemporáneas). El tirano tenía un gran poder personal, semejante a una monarquía, tras asumir todas las funciones de gobierno de forma ilegítima, muchas veces con apoyo popular o militar y enfrentándose a otros aristócratas. Muchos tiranos acabaron adoptando el título de basileus, en griego rey. Además, la necesidad de aparecer como legítimas llevó a muchas tiranías a buscar la aceptación de sus conciudadanos mediante la asistencia y la participación en los santuarios panhelénicos y sus pruebas atléticas.
Clístenes de Sición fue uno de los primeros tiranos en ejercer este patronazgo, al financiar la recuperación de los Juegos Píticos de Delfos (afectados por la Guerra Sagrada de principios del siglo VI a.C.). Además, venció la carrera de carros de estos Juegos en el 582 y en los Olímpicos en el 576 y el 572. El famoso tirano de Atenas Pisístrato también venció en esta prueba, en el 532. Fue en el ámbito colonial de Sicilia y el sur de Italia donde el régimen de la tiranía tuvo su mayor auge, evolucionando a verdaderas monarquías en casos como el de Siracusa, y donde más vinculación tuvo con los agones de Olimpia. La historia política la mayoría de las victorias olímpicas de estas dos regiones se concentró entre los siglos VI y IV, coincidiendo con una historia política marcada por la tiranía.
Moneda de Siracusa durante el reinado de Hierón I: la diosa Niké de la victoria corona los caballos que tiran una cuádriga

Dionisio I de Siracusa hizo acto de presencia en Olimpia en el 388 acompañado de un séquito sumamente pomposo. Respecto a las competiciones atléticas, especialmente las ecuestres, la conmemoración de una victoria (no sólo propia, también la de un conciudadano se presentaba como un éxito del tirano) se exhibía sin reparar en gastos, y fueron encargadas odas para capitalizar la alegría colectiva. Así hizo Hierón I de Siracusa, quien solicitó a Píndaro una composición para su general y amigo Cromio, que había vencido en Nemea en la carrera de carros. El mismo Hierón I venció en la carrera de caballos del 476 y del 472.