miércoles, 25 de febrero de 2015

Reyes y príncipes hoy, deportistas olímpicos

El entonces príncipe Felipe fue el abanderado español en la apertura de Barcelona’92 porque era un deportista más, pues estaba inscrito en la competición de vela que pocos días después se desarrollarían en las aguas de la costa barcelonesa. Antes de él, ya habían sido deportistas olímpicos su tío materno, su padre y su hermana. Porque resulta que las familias reales contemporáneas, y no sólo las europeas, han coincidido con las del antiguo mundo griego, a pesar de las muy distintas circunstancias históricas en que se enmarcan unas y otras, en el hecho de competir por la victoria en los Juegos Olímpicos. Resulta bastante curioso comprobar cómo la participación de Felipe VI en la vela de Barcelona 1992 ha sido una más en la relativamente numerosa presencia de miembros de familias reales en competiciones olímpica.
El actual Rey Felipe VI, abanderado español en Barcelona'92 (fuente : El Mundo Deportivo)
En la segunda edición de los JJOO modernos, la de París 1900, ya comenzaron a asomarse en las competiciones personas de sangre azul, a pesar del poco prestigio que aún tenía un olimpismo todavía en pañales. El conde Hermann Alexandre de Pourtalès provenía de una rancia familia aristocrática francesa hugonote, aunque su nacionalidad era suiza . Ganó un oro y una plata en una prueba de vela, el 1-2 ton class, cuya inclusión el programa oficial de 1900 se encuentra bajo discusión. Su esposa, la condesa Hélène de Pourtalès formaba parte de la tripulación de la misma embarcación y, por la fecha en que se disputó la competición, fue la primera mujer en convertirse en vencedora olímpica.
Otra de las escasísimas pruebas en las que las mujeres pudieron tomar parte en París 1900 fue el torneo femenino de golf. En él acabó en tercera posición una estadounidense llamada Daria Pankhurst Wright Pratt. Su vinculación a la realeza no existía aún, sino que tuvo que esperar trece años a que en esa misma capital francesa se casara con el príncipe Alexis Karageorgevic de Serbia, quien era sobrino-nieto del monarca serbio Alejandro y que, por este parentesco, sostenía la reclamación de sus derechos para ocupar el trono serbio. Daria conservó el título de Princesa de Serbia después de enviudar. Además, resulta curioso que su hija Harriet Wright, nacida de un matrimonio previo, se casaría con el conde Alexandros Merkati, un miembro de la Corte griega muy cercano al rey Constantino I y que también participó en el torneo olímpico de golf de 1900, en el cuál finalizó undécimo representando a Grecia.
También forma parte del anecdotario de esta joven edición de 1900 la posible circuntancia de que un hombre con sangre de los Borbón fuera medallista olímpico. El periodista Fernando Arrechea nos informa de Fernando Sanz, un francés que en la prueba ciclista del sprint obtuvo una plata. Ese nombre tan hispano, a pesar de competir como local, quedaría explicado por ser el hijo ilegítimo de la relación que mantuvo el rey Alfonso XII con la contralto Elena Sanz y Martínez de Arizala. Debido a que no fue reconocido por su supuesto padre, nunca formó parte de la familia real española y adoptó tan sólo los apellidos de la madre.
Tuvo que ser en los JJOO de 1912 en Estocolmo cuando hubo por primera vez miembros de la realeza de pleno derecho en el momento de competir. Curiosamente, tres hombres de tres imperios cuyas monarquías quedarían abolidas al finalizar la inminente I Guerra Mundial. Representando a Alemania, el príncipe Friedrich Karl de Prusia compitió en los albores de la hípica olímpica. Era un jinete que ganó el bronce en la prueba de equitación de saltos por equipos. Sus padres eran el príncipe Friedrich Leopold de Prusia y la princesa Louise Sophie de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Augustenburg.
Defendiendo los colores de Rusia, Dimitri Pavlovich, que ostentaba el título de Gran Duque, también participó en el concurso hípico por equipos, donde los rusos acabaron quintos, además de en la prueba individual, finalizando noveno. Era el nieto del zar Alejandro II, primo del zar Nicolás II e hijo de la princesa Alexandra de Grecia, a su vez hija del rey Jorge I . Proveniente del otro gran imperio, Austria, el príncipe Ernst zu Hohenlohe-Schillingsfürst era un espadachín que compitió en la prueba de sable individual de 1912. Eliminado en las rondas previas, su presencia fue efímera.
En ocasiones se cuenta que el nadador estadounidense Duke Paoa Kahanamoku, de Hawai y varias veces campeón olímpico entre 1912 y 1924, provenía de la realeza hawaiana (Hawai era una monarquía polinesia abolida con la conquista de EEUU). A pesar del nombre Duke, que no era ningún título nobiliario, no pertenecía a ninguna realeza, como muchos contemporáneos pensaban, aunque sí a escalafones inferiores de la nobleza hawaiana.

El primer caso de un monarca que fue deportista olímpico es el del rey Olaf V de Noruega, que compitió y triunfó en la vela de los JJOO de Ámsterdam en 1928. Ganó el oro en la clase de 6 m cuando todavía era el príncipe heredero y reinaba su padre Haakon VII. Se convirtió en el soberano de Noruega en 1957, y lo fue hasta su muerte en 1991. Por la rama materna, era nieto del rey Eduardo VII del Reino Unido. La hija de Olaf V, la princesa Astrid, se casó en 1961 con Johan Martin Ferner, un regatista que en los JJOO de 1952 formó parte de la tripulación noruega que se alzó con la medalla de plata en la clase de 6 m, la misma en la que triunfó en 1928 su suegro el rey. Este matrimonio le permitió formar parte de la familia real de Noruega, aunque después de su participación olímpica.


martes, 24 de febrero de 2015

Los reyes helenísticos y los emperadores romanos en Olimpia

Según Filóstrato, una de las condiciones para participar en las competiciones agonísticas de Olimpia era ser griego (Gimnástico, 25). Sin embargo, ¿quién establecía los límites de esta identidad? Nadie. Asimismo, el ascenso político del septentrional reino de Macedonia, ajeno a la organización en poleis y a veces considerado como bárbaro (es decir, no griego) supuso que empezara a crecer su presencia en los asuntos del mundo griego. Entre ellos, la religión y el atletismo. Aunque los macedonios creían en los dioses griegos y no eran ajenos a la práctica atlética, su aceptación en Olimpia no era una decisión fácil y, de hecho, durante muchos años se limitó a los reyes de este estado. Alejandro I, quien reinó durante toda la primera mitad del siglo V a.C., no recibió el beneplácito de los jueces de Olimpia para participar en la carrera a pie, argumentando que no era griego, hasta que se le ocurrió demostrar tener antepasados originarios de Argos (Heródoto 5, 22).
La participación de Alejandro I creó jurisprudencia, ya que después de él la realeza macedonia pudo tomar parte en las competiciones de Olimpia usando como excusa ese linaje argivo. De este modo, el rey Arquelao I pudo alzarse con la victoria en la carrera de cuadrigas del 408. Pero sería con Filipo II, el rey que convirtió a Macedonia en una potencia sobre el resto de estados griegos, con quien esta participación tuvo gran relevancia debido a que quiso publicitar la helenidad de su reino, y legitimar la extensión de su poder sobre Grecia, en el mejor altavoz posible: el santuario donde acudían griegos de todas las regiones. Venció en tres pruebas ecuestres distintas en Olimpia entre las ediciones del 356 y 348, además de ganar en Delfos (Plutarco Alejandro 4, 5).
La utilización política de estos éxitos queda reflejada en la acuñación de numerosas monedas en las que el reverso conmemoraba los triunfos (algo que ya hacían los tiranos antes mencionados). Filipo II era muy consciente del valor que tenía triunfar en los Juegos Olímpicos para sus pretensiones políticas, porque le permitía presentarse ante los griegos a los que estaba conquistando no como un invasor sino como un monarca virtuoso y helenófilo. Esta certificación de su identidad griega le ayudó a extender su área de influencia sobre los estados griegos y a estar legitimado para ser el defensor de los intereses comunes de todos los griegos frente a la amenaza persa.
Filipo II murió en el 336 heredando su hijo Alejandro Magno una Macedonia tan poderosa que requirio la constante atención del joven rey hacia las conquistas militares, sin dejar tiempo ninguno para el atletismo. Es más, el tutor de Alejandro cuando era príncipe, Aristóteles, criticaba los excesos del entrenamiento en los atletas (Aristóteles Política 5, 4). Plutarco aseguró que su maestro le influyó en su desdén hacia el mundo del atletismo, ya que llegó a afirmar que competiría en Olimpia sólo “si reyes eran mis rivales” temiendo que vencer sólo significaría triunfar sobre hombres comunes mientras que si perdía se magnificaría por ser la derrota de un rey (Plutarco Alejandro 4, 5). Alejandro prefería que los esfuerzos se centraran en el entrenamiento y la formación militar, y no mostró mucha deferencia hacia los grandes certámenes como Olimpia o Delfos, aunque nunca llegó al rechazo pues por ejemplo no impidió las competiciones celebradas en la misma Macedonia.
Una vez desaparecido Alejandro Magno, su enorme imperio se dividió en los llamados reinos helenísticos. Uno de ellos, el Egipto de los Ptolomeos, siempre buscó potenciar su identidad griega frente a los súbditos egipcios mediante manifestaciones de la cultura helena como el agonismo. Además de construir gimnasios y estadios en Alejandría y otras ciudades, esta dinastía contribuyó económicamente al santuario de Olimpia, sistematizó la preparación de atletas para competir en los pricipales festivales (Alejandría se convirtió en una potencia en los Juegos Olímpicos). El entrenamiento de atletas con el objetivo de ser vencedores agonísticos se convirtió en una cuestión de estado. Aunque nadie de la familia real llegó a competir, sí que lo hicieron hombres muy allegados de la corte en las pruebas ecuestres. El rey Ptolomeo II inició en el siglo III una política benéfica de construcción en Olimpia y de patrocinio del santuario.
Los monarcas helenísticos de Egipto y los de Macedonia fomentaron un auge arquitectónico en el recinto de Olimpia financiando nuevos edificios religiosos, deportivos o simplemente monumentales que dejasen constancia del poder de esas grandes monarquías. Algunos fueron la Palestra noroccidental y el gran Gimnasio. El programa de competiciones se amplió considerablemente, hasta llegar a 23 pruebas en el 200 a.C., muchas de ellas de carácter ecuestre para satisfacer las grandes fortunas amparadas en las cortes reales helenísticas. La geografía de los participantes y de los olympionikai cambió, pues muchos provenían de ciudades de los grandes reinos de Macedonia, Siria-Asia Menor y Egipto. El mundo griego se estaba expandiendo hacia Asia y África, y en el urbanismo de las nuevas ciudades nunca faltaron gimnasios y estadios patrocinados por la realeza en el poder (Kyle 2007, 248-250).
Cuando Augusto instauró el régimen del Imperio en Roma el 27 a.C., derrotadas y conquistadas las monarquías helenísticas, formalmente el aparato republicano se mantenía pero en la práctica el estado se había convertido en una monarquía bajo las órdenes del emperador y con muchos rasgos y ceremoniales heredados de los reinos helenísticos. En época imperial se pueden apreciar varias personalidades romanas, incluidos varios emperadores, que mostraron un apoyo al santuario. Augusto, Agripa, Herodes I de Judea y otros más contribuyeron al crecimiento de las instalaciones religiosos y atléticas (Scanlon, 2002, pp. 45-52).
Tiberio, que sucedió en el trono imperial a Augusto en el 14 d.C., recibió antes la corona de olivo sagrado como campeón olímpico de la carrera de carros. En estas décadas se empezaron a erigir, junto a las estatuas habituales a los dioses, esculturas de emperadores y de generales como consecuencia de la introducción del culto imperial en este espacio sagrado. Nerón tomó parte activa en las competiciones del 65 d.C., una consecuencia de su viaje en búsqueda de atraerse el apoyo de las élites greco-orientales. Fue varias veces campeón. Debido a la subjetiva visión de Suetonio, la imagen que ha quedado de esta participación es la de un tirano ególatra y torpe (Suet. Nero 11, 1 y 12, 3; Crowther, 2001 p. 7).
Emperador Nerón

El emperador Domiciano llevó a cabo un programa de construcción y restauración de edificios dentro del santuario, como templos y estancias para los atletas. Tras él, un Adriano con ideas helenistas asistió a los agones y lo publicitó mediante la acuñación de monedas, la creación de nuevos lugares de cultos, de baños, de gimnasios o la reconstrucción del estadio. Estos casos pueden dar lugar a una doble interpretación: la idea de unos emperadores romanos que anteponían su interés a la tradición y la sacralidad de un lugar tan importante para la religión griega, o a la idea contraria de que determinados huéspedes del trono imperial estaban especialmente interesados en el helenismo por razones oportunistas o por simple afinidad.
Siendo significativo el caso del hispano Adriano, en general la dinastía imperial del siglo II de los Antoninos realizó un duradero patronazgo sobre el santuario. Adriano utilizó como propaganda esa imagen de benefactor de los griegos que se labró con su fomento del centro panhelénico por excelencia. La Liga Aquea, a la que pertenecía Elis desde hacía siglos, recibió con gran gratitud la generosidad de Adriano y le dedicó una inscripción celebrando la contribución del “más divino de los emperadores” a favor de las ciudades, templos, festivales y agones griegos” (I.Ol. 57). Los dos siguientes emperadores debieron seguir en esta línea benefactora hacia Olimpia, pues los eleos consagraron estatuas de Antonino Pío, Marco Aurelio y familiares de éstos como sus esposas en lugares destacados del santuario, compartiendo espacio con representaciones del dios Zeus.



lunes, 19 de enero de 2015

La monarquía y la antigua Olimpia: épica y aristocracia (2)

La popularidad de agones como el de Olimpia y de la actividad atlética griega se expandió con firmeza en el Arcaísmo debido a factores como el sustrato deportivo de la tradiciones previas (como la cultura minoica), el impacto de la colonización o la fragmentación de Grecia en poleis. Las aristocracias dirigentes de éstas solían resolver intereses encontrados o rivalidades mediante conflictos y guerras. Una actividad bélica para la que el agonismo podía servir de entrenamiento, o incluso de sustitución. De este modo, Olimpia fue escenario de la competición inter-estatal y de la puesta en escena de unos valores aristocráticos que bebían directamente de la épica homérica.
Los aristócratas que participaban en las pruebas hípicas de Olimpia aportando carro y caballos solían contratar aurigas profesionales para asegurar de ese modo una conducción más competitiva. Los nobles no conducían, pero sí eran quienes obtenían la victoria ya que eran ellos quienes ‘poseían’ la virtud y las cualidades necesarias para alcanzar la corona sagrada de olivo. Incluso llegaron a participar monarcas, algunos de los cuales pudieron convertirse en campeones olímpicos. Por ejemplo, el rey de Cirene Arcesilao IV venció en la carrera de cuadrigas del 460. La victoria olímpica era un factor más que justificaba ante la ciudadanía que unas escasas familias aristocráticas acaparasen el poder político. La razón ideológica de esta posesión exclusiva era el nacimiento dentro de una de esas pocas familias agraciadas con el favor de los dioses y que garantizaba inteligencia, habilidad, fuerza y carácter innatos. También era aplicable este discurso en las pruebas gimnásticas (atletismo y combates), donde en realidad la riqueza permitía contratar preparadores y entrenadores profesionales (Nicholson 2005 pp. 2-13).
En las odas de Píndaro o Baquílides, en las inscripciones y otros memoriales para celebrar las victorias agonísticas se mantenía en un segundo plano el papel tan fundamental del conductor del carro, porque lo que se quería era ensalzar la excelencia de la superioridad aristocrática (Píndaro Olímpica 8, 68, Pítaca 10, 22 y Nemea 7, 11). En el Arcaísmo tardío del siglo VI e inicios del V proliferaron estos encargos para celebrar la propia victoria con un sentido de auto-propaganda por parte de la clase alta. Se trataba de un momento de cambio social y político en muchos estados griegos, ampliándose los derechos políticos a sectores de la ciudadanía en detrimento de los clanes aristocráticos hegemónicos (en algunos casos, como el de Atenas, desembocando en la democracia). Por tanto, un gran aristócrata necesitaba aprovecharse de su mayor disposición de medios para triunfar en Olimpia y otros agones para publicitar sus cualidades superiores y exclusivas y, de ese modo, justificar unos privilegios políticos que se estaban poniendo en cuestión por aquellos grupos sociales excluidos de la actividad política.
Una polis que mantuvo el régimen de la monarquía (en realidad, la mayoría de aristocracias arcaicas actuaban como tal), y además durante muchos siglos, fue Esparta. En la edición de la prueba de cuadrigas del 504, el rey espartano Damarato consiguió ser proclamado campeón olímpico. Otro rey, Agesilao II, que reinó a principios del siglo IV a.C., justo desde el inicio de la hegemonía de Esparta sobre el mundo griego tras la victoria del 404 en la Guerra del Peloponeso, quiso demostrar el poder y riqueza de su reino en el lugar de reunión por excelencia de todos los griegos: Olimpia. Según Jenofonte y Plutarco, él fue quien encomió a su hermana, la princesa Cinisca, a que participase en la carrera de carros de los Juegos Olímpicos. Venció dos veces, en el 396 y el 392 a. C.
Los mencionados cambios socio-políticos durante el cambio del Arcaísmo al Clasicismo conllevaron, entre sus consecuencias, la aparición de regímenes denominados tiranías (sin las malas connotaciones contemporáneas). El tirano tenía un gran poder personal, semejante a una monarquía, tras asumir todas las funciones de gobierno de forma ilegítima, muchas veces con apoyo popular o militar y enfrentándose a otros aristócratas. Muchos tiranos acabaron adoptando el título de basileus, en griego rey. Además, la necesidad de aparecer como legítimas llevó a muchas tiranías a buscar la aceptación de sus conciudadanos mediante la asistencia y la participación en los santuarios panhelénicos y sus pruebas atléticas.
Clístenes de Sición fue uno de los primeros tiranos en ejercer este patronazgo, al financiar la recuperación de los Juegos Píticos de Delfos (afectados por la Guerra Sagrada de principios del siglo VI a.C.). Además, venció la carrera de carros de estos Juegos en el 582 y en los Olímpicos en el 576 y el 572. El famoso tirano de Atenas Pisístrato también venció en esta prueba, en el 532. Fue en el ámbito colonial de Sicilia y el sur de Italia donde el régimen de la tiranía tuvo su mayor auge, evolucionando a verdaderas monarquías en casos como el de Siracusa, y donde más vinculación tuvo con los agones de Olimpia. La historia política la mayoría de las victorias olímpicas de estas dos regiones se concentró entre los siglos VI y IV, coincidiendo con una historia política marcada por la tiranía.
Moneda de Siracusa durante el reinado de Hierón I: la diosa Niké de la victoria corona los caballos que tiran una cuádriga

Dionisio I de Siracusa hizo acto de presencia en Olimpia en el 388 acompañado de un séquito sumamente pomposo. Respecto a las competiciones atléticas, especialmente las ecuestres, la conmemoración de una victoria (no sólo propia, también la de un conciudadano se presentaba como un éxito del tirano) se exhibía sin reparar en gastos, y fueron encargadas odas para capitalizar la alegría colectiva. Así hizo Hierón I de Siracusa, quien solicitó a Píndaro una composición para su general y amigo Cromio, que había vencido en Nemea en la carrera de carros. El mismo Hierón I venció en la carrera de caballos del 476 y del 472.