Según Filóstrato, una de las
condiciones para participar en las competiciones agonísticas de Olimpia era ser
griego (Gimnástico, 25). Sin embargo,
¿quién establecía los límites de esta identidad? Nadie. Asimismo, el ascenso
político del septentrional reino de Macedonia, ajeno a la organización en poleis y a veces considerado como
bárbaro (es decir, no griego) supuso que empezara a crecer su presencia en los
asuntos del mundo griego. Entre ellos, la religión y el atletismo. Aunque los
macedonios creían en los dioses griegos y no eran ajenos a la práctica
atlética, su aceptación en Olimpia no era una decisión fácil y, de hecho,
durante muchos años se limitó a los reyes de este estado. Alejandro I, quien
reinó durante toda la primera mitad del siglo V a.C., no recibió el beneplácito
de los jueces de Olimpia para participar en la carrera a pie, argumentando que
no era griego, hasta que se le ocurrió demostrar tener antepasados originarios
de Argos (Heródoto 5, 22).
La participación de Alejandro I creó
jurisprudencia, ya que después de él la realeza macedonia pudo tomar parte en
las competiciones de Olimpia usando como excusa ese linaje argivo. De este
modo, el rey Arquelao I pudo alzarse con la victoria en la carrera de cuadrigas
del 408. Pero sería con Filipo II, el rey que convirtió a Macedonia en una
potencia sobre el resto de estados griegos, con quien esta participación tuvo
gran relevancia debido a que quiso publicitar la helenidad de su reino, y
legitimar la extensión de su poder sobre Grecia, en el mejor altavoz posible:
el santuario donde acudían griegos de todas las regiones. Venció en tres
pruebas ecuestres distintas en Olimpia entre las ediciones del 356 y 348,
además de ganar en Delfos (Plutarco Alejandro
4, 5).
La utilización política de estos
éxitos queda reflejada en la acuñación de numerosas monedas en las que el
reverso conmemoraba los triunfos (algo que ya hacían los tiranos antes mencionados).
Filipo II era muy consciente del valor que tenía triunfar en los Juegos
Olímpicos para sus pretensiones políticas, porque le permitía presentarse ante
los griegos a los que estaba conquistando no como un invasor sino como un
monarca virtuoso y helenófilo. Esta certificación de su identidad griega le
ayudó a extender su área de influencia sobre los estados griegos y a estar
legitimado para ser el defensor de los intereses comunes de todos los griegos
frente a la amenaza persa.
Filipo II murió en el 336 heredando su
hijo Alejandro Magno una Macedonia tan poderosa que requirio la constante atención
del joven rey hacia las conquistas militares, sin dejar tiempo ninguno para el
atletismo. Es más, el tutor de Alejandro cuando era príncipe, Aristóteles,
criticaba los excesos del entrenamiento en los atletas (Aristóteles Política 5, 4). Plutarco aseguró que su
maestro le influyó en su desdén hacia el mundo del atletismo, ya que llegó a
afirmar que competiría en Olimpia sólo “si
reyes eran mis rivales” temiendo que vencer sólo significaría triunfar
sobre hombres comunes mientras que si perdía se magnificaría por ser la derrota
de un rey (Plutarco Alejandro 4, 5).
Alejandro prefería que los esfuerzos se centraran en el entrenamiento y la
formación militar, y no mostró mucha deferencia hacia los grandes certámenes
como Olimpia o Delfos, aunque nunca llegó al rechazo pues por ejemplo no
impidió las competiciones celebradas en la misma Macedonia.
Una vez desaparecido Alejandro Magno,
su enorme imperio se dividió en los llamados reinos helenísticos. Uno de ellos,
el Egipto de los Ptolomeos, siempre buscó potenciar su identidad griega frente
a los súbditos egipcios mediante manifestaciones de la cultura helena como el
agonismo. Además de construir gimnasios y estadios en Alejandría y otras
ciudades, esta dinastía contribuyó económicamente al santuario de Olimpia,
sistematizó la preparación de atletas para competir en los pricipales
festivales (Alejandría se convirtió en una potencia en los Juegos Olímpicos). El
entrenamiento de atletas con el objetivo de ser vencedores agonísticos se
convirtió en una cuestión de estado. Aunque nadie de la familia real llegó a
competir, sí que lo hicieron hombres muy allegados de la corte en las pruebas
ecuestres. El rey Ptolomeo II inició en el siglo III una política benéfica de
construcción en Olimpia y de patrocinio del santuario.
Los monarcas helenísticos de Egipto y
los de Macedonia fomentaron un auge arquitectónico en el recinto de Olimpia
financiando nuevos edificios religiosos, deportivos o simplemente monumentales
que dejasen constancia del poder de esas grandes monarquías. Algunos fueron la
Palestra noroccidental y el gran Gimnasio. El programa de competiciones se
amplió considerablemente, hasta llegar a 23 pruebas en el 200 a.C., muchas de
ellas de carácter ecuestre para satisfacer las grandes fortunas amparadas en
las cortes reales helenísticas. La geografía de los participantes y de los
olympionikai cambió, pues muchos provenían de ciudades de los grandes reinos de
Macedonia, Siria-Asia Menor y Egipto. El mundo griego se estaba expandiendo
hacia Asia y África, y en el urbanismo de las nuevas ciudades nunca faltaron
gimnasios y estadios patrocinados por la realeza en el poder (Kyle 2007,
248-250).
Cuando Augusto instauró el régimen del
Imperio en Roma el 27 a.C., derrotadas y conquistadas las monarquías
helenísticas, formalmente el aparato republicano se mantenía pero en la
práctica el estado se había convertido en una monarquía bajo las órdenes del
emperador y con muchos rasgos y ceremoniales heredados de los reinos
helenísticos. En época imperial se pueden apreciar varias personalidades
romanas, incluidos varios emperadores, que mostraron un apoyo al santuario.
Augusto, Agripa, Herodes I de Judea y otros más contribuyeron al crecimiento de
las instalaciones religiosos y atléticas (Scanlon, 2002, pp. 45-52).
Tiberio, que sucedió en el trono
imperial a Augusto en el 14 d.C., recibió antes la corona de olivo sagrado como
campeón olímpico de la carrera de carros. En estas décadas se empezaron a erigir,
junto a las estatuas habituales a los dioses, esculturas de emperadores y de
generales como consecuencia de la introducción del culto imperial en este
espacio sagrado. Nerón tomó parte activa en las competiciones del 65 d.C., una
consecuencia de su viaje en búsqueda de atraerse el apoyo de las élites
greco-orientales. Fue varias veces campeón. Debido a la subjetiva visión de
Suetonio, la imagen que ha quedado de esta participación es la de un tirano
ególatra y torpe (Suet. Nero 11, 1 y
12, 3; Crowther, 2001 p. 7).
Emperador Nerón |
El emperador Domiciano llevó a cabo un
programa de construcción y restauración de edificios dentro del santuario, como
templos y estancias para los atletas. Tras él, un Adriano con ideas helenistas
asistió a los agones y lo publicitó mediante la acuñación de monedas, la
creación de nuevos lugares de cultos, de baños, de gimnasios o la
reconstrucción del estadio. Estos casos pueden dar lugar a una doble
interpretación: la idea de unos emperadores romanos que anteponían su interés a
la tradición y la sacralidad de un lugar tan importante para la religión
griega, o a la idea contraria de que determinados huéspedes del trono imperial
estaban especialmente interesados en el helenismo por razones oportunistas o
por simple afinidad.
Siendo significativo el caso del
hispano Adriano, en general la dinastía imperial del siglo II de los Antoninos
realizó un duradero patronazgo sobre el santuario. Adriano utilizó como
propaganda esa imagen de benefactor de los griegos que se labró con su fomento
del centro panhelénico por excelencia. La Liga Aquea, a la que pertenecía Elis
desde hacía siglos, recibió con gran gratitud la generosidad de Adriano y le
dedicó una inscripción celebrando la contribución del “más divino de los
emperadores” a favor de las ciudades, templos, festivales y agones griegos” (I.Ol. 57). Los dos
siguientes emperadores debieron seguir en esta línea benefactora hacia Olimpia,
pues los eleos consagraron estatuas de Antonino Pío, Marco Aurelio y familiares
de éstos como sus esposas en lugares destacados del santuario, compartiendo
espacio con representaciones del dios Zeus.
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