miércoles, 25 de febrero de 2015

Reyes y príncipes hoy, deportistas olímpicos

El entonces príncipe Felipe fue el abanderado español en la apertura de Barcelona’92 porque era un deportista más, pues estaba inscrito en la competición de vela que pocos días después se desarrollarían en las aguas de la costa barcelonesa. Antes de él, ya habían sido deportistas olímpicos su tío materno, su padre y su hermana. Porque resulta que las familias reales contemporáneas, y no sólo las europeas, han coincidido con las del antiguo mundo griego, a pesar de las muy distintas circunstancias históricas en que se enmarcan unas y otras, en el hecho de competir por la victoria en los Juegos Olímpicos. Resulta bastante curioso comprobar cómo la participación de Felipe VI en la vela de Barcelona 1992 ha sido una más en la relativamente numerosa presencia de miembros de familias reales en competiciones olímpica.
El actual Rey Felipe VI, abanderado español en Barcelona'92 (fuente : El Mundo Deportivo)
En la segunda edición de los JJOO modernos, la de París 1900, ya comenzaron a asomarse en las competiciones personas de sangre azul, a pesar del poco prestigio que aún tenía un olimpismo todavía en pañales. El conde Hermann Alexandre de Pourtalès provenía de una rancia familia aristocrática francesa hugonote, aunque su nacionalidad era suiza . Ganó un oro y una plata en una prueba de vela, el 1-2 ton class, cuya inclusión el programa oficial de 1900 se encuentra bajo discusión. Su esposa, la condesa Hélène de Pourtalès formaba parte de la tripulación de la misma embarcación y, por la fecha en que se disputó la competición, fue la primera mujer en convertirse en vencedora olímpica.
Otra de las escasísimas pruebas en las que las mujeres pudieron tomar parte en París 1900 fue el torneo femenino de golf. En él acabó en tercera posición una estadounidense llamada Daria Pankhurst Wright Pratt. Su vinculación a la realeza no existía aún, sino que tuvo que esperar trece años a que en esa misma capital francesa se casara con el príncipe Alexis Karageorgevic de Serbia, quien era sobrino-nieto del monarca serbio Alejandro y que, por este parentesco, sostenía la reclamación de sus derechos para ocupar el trono serbio. Daria conservó el título de Princesa de Serbia después de enviudar. Además, resulta curioso que su hija Harriet Wright, nacida de un matrimonio previo, se casaría con el conde Alexandros Merkati, un miembro de la Corte griega muy cercano al rey Constantino I y que también participó en el torneo olímpico de golf de 1900, en el cuál finalizó undécimo representando a Grecia.
También forma parte del anecdotario de esta joven edición de 1900 la posible circuntancia de que un hombre con sangre de los Borbón fuera medallista olímpico. El periodista Fernando Arrechea nos informa de Fernando Sanz, un francés que en la prueba ciclista del sprint obtuvo una plata. Ese nombre tan hispano, a pesar de competir como local, quedaría explicado por ser el hijo ilegítimo de la relación que mantuvo el rey Alfonso XII con la contralto Elena Sanz y Martínez de Arizala. Debido a que no fue reconocido por su supuesto padre, nunca formó parte de la familia real española y adoptó tan sólo los apellidos de la madre.
Tuvo que ser en los JJOO de 1912 en Estocolmo cuando hubo por primera vez miembros de la realeza de pleno derecho en el momento de competir. Curiosamente, tres hombres de tres imperios cuyas monarquías quedarían abolidas al finalizar la inminente I Guerra Mundial. Representando a Alemania, el príncipe Friedrich Karl de Prusia compitió en los albores de la hípica olímpica. Era un jinete que ganó el bronce en la prueba de equitación de saltos por equipos. Sus padres eran el príncipe Friedrich Leopold de Prusia y la princesa Louise Sophie de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Augustenburg.
Defendiendo los colores de Rusia, Dimitri Pavlovich, que ostentaba el título de Gran Duque, también participó en el concurso hípico por equipos, donde los rusos acabaron quintos, además de en la prueba individual, finalizando noveno. Era el nieto del zar Alejandro II, primo del zar Nicolás II e hijo de la princesa Alexandra de Grecia, a su vez hija del rey Jorge I . Proveniente del otro gran imperio, Austria, el príncipe Ernst zu Hohenlohe-Schillingsfürst era un espadachín que compitió en la prueba de sable individual de 1912. Eliminado en las rondas previas, su presencia fue efímera.
En ocasiones se cuenta que el nadador estadounidense Duke Paoa Kahanamoku, de Hawai y varias veces campeón olímpico entre 1912 y 1924, provenía de la realeza hawaiana (Hawai era una monarquía polinesia abolida con la conquista de EEUU). A pesar del nombre Duke, que no era ningún título nobiliario, no pertenecía a ninguna realeza, como muchos contemporáneos pensaban, aunque sí a escalafones inferiores de la nobleza hawaiana.

El primer caso de un monarca que fue deportista olímpico es el del rey Olaf V de Noruega, que compitió y triunfó en la vela de los JJOO de Ámsterdam en 1928. Ganó el oro en la clase de 6 m cuando todavía era el príncipe heredero y reinaba su padre Haakon VII. Se convirtió en el soberano de Noruega en 1957, y lo fue hasta su muerte en 1991. Por la rama materna, era nieto del rey Eduardo VII del Reino Unido. La hija de Olaf V, la princesa Astrid, se casó en 1961 con Johan Martin Ferner, un regatista que en los JJOO de 1952 formó parte de la tripulación noruega que se alzó con la medalla de plata en la clase de 6 m, la misma en la que triunfó en 1928 su suegro el rey. Este matrimonio le permitió formar parte de la familia real de Noruega, aunque después de su participación olímpica.


martes, 24 de febrero de 2015

Los reyes helenísticos y los emperadores romanos en Olimpia

Según Filóstrato, una de las condiciones para participar en las competiciones agonísticas de Olimpia era ser griego (Gimnástico, 25). Sin embargo, ¿quién establecía los límites de esta identidad? Nadie. Asimismo, el ascenso político del septentrional reino de Macedonia, ajeno a la organización en poleis y a veces considerado como bárbaro (es decir, no griego) supuso que empezara a crecer su presencia en los asuntos del mundo griego. Entre ellos, la religión y el atletismo. Aunque los macedonios creían en los dioses griegos y no eran ajenos a la práctica atlética, su aceptación en Olimpia no era una decisión fácil y, de hecho, durante muchos años se limitó a los reyes de este estado. Alejandro I, quien reinó durante toda la primera mitad del siglo V a.C., no recibió el beneplácito de los jueces de Olimpia para participar en la carrera a pie, argumentando que no era griego, hasta que se le ocurrió demostrar tener antepasados originarios de Argos (Heródoto 5, 22).
La participación de Alejandro I creó jurisprudencia, ya que después de él la realeza macedonia pudo tomar parte en las competiciones de Olimpia usando como excusa ese linaje argivo. De este modo, el rey Arquelao I pudo alzarse con la victoria en la carrera de cuadrigas del 408. Pero sería con Filipo II, el rey que convirtió a Macedonia en una potencia sobre el resto de estados griegos, con quien esta participación tuvo gran relevancia debido a que quiso publicitar la helenidad de su reino, y legitimar la extensión de su poder sobre Grecia, en el mejor altavoz posible: el santuario donde acudían griegos de todas las regiones. Venció en tres pruebas ecuestres distintas en Olimpia entre las ediciones del 356 y 348, además de ganar en Delfos (Plutarco Alejandro 4, 5).
La utilización política de estos éxitos queda reflejada en la acuñación de numerosas monedas en las que el reverso conmemoraba los triunfos (algo que ya hacían los tiranos antes mencionados). Filipo II era muy consciente del valor que tenía triunfar en los Juegos Olímpicos para sus pretensiones políticas, porque le permitía presentarse ante los griegos a los que estaba conquistando no como un invasor sino como un monarca virtuoso y helenófilo. Esta certificación de su identidad griega le ayudó a extender su área de influencia sobre los estados griegos y a estar legitimado para ser el defensor de los intereses comunes de todos los griegos frente a la amenaza persa.
Filipo II murió en el 336 heredando su hijo Alejandro Magno una Macedonia tan poderosa que requirio la constante atención del joven rey hacia las conquistas militares, sin dejar tiempo ninguno para el atletismo. Es más, el tutor de Alejandro cuando era príncipe, Aristóteles, criticaba los excesos del entrenamiento en los atletas (Aristóteles Política 5, 4). Plutarco aseguró que su maestro le influyó en su desdén hacia el mundo del atletismo, ya que llegó a afirmar que competiría en Olimpia sólo “si reyes eran mis rivales” temiendo que vencer sólo significaría triunfar sobre hombres comunes mientras que si perdía se magnificaría por ser la derrota de un rey (Plutarco Alejandro 4, 5). Alejandro prefería que los esfuerzos se centraran en el entrenamiento y la formación militar, y no mostró mucha deferencia hacia los grandes certámenes como Olimpia o Delfos, aunque nunca llegó al rechazo pues por ejemplo no impidió las competiciones celebradas en la misma Macedonia.
Una vez desaparecido Alejandro Magno, su enorme imperio se dividió en los llamados reinos helenísticos. Uno de ellos, el Egipto de los Ptolomeos, siempre buscó potenciar su identidad griega frente a los súbditos egipcios mediante manifestaciones de la cultura helena como el agonismo. Además de construir gimnasios y estadios en Alejandría y otras ciudades, esta dinastía contribuyó económicamente al santuario de Olimpia, sistematizó la preparación de atletas para competir en los pricipales festivales (Alejandría se convirtió en una potencia en los Juegos Olímpicos). El entrenamiento de atletas con el objetivo de ser vencedores agonísticos se convirtió en una cuestión de estado. Aunque nadie de la familia real llegó a competir, sí que lo hicieron hombres muy allegados de la corte en las pruebas ecuestres. El rey Ptolomeo II inició en el siglo III una política benéfica de construcción en Olimpia y de patrocinio del santuario.
Los monarcas helenísticos de Egipto y los de Macedonia fomentaron un auge arquitectónico en el recinto de Olimpia financiando nuevos edificios religiosos, deportivos o simplemente monumentales que dejasen constancia del poder de esas grandes monarquías. Algunos fueron la Palestra noroccidental y el gran Gimnasio. El programa de competiciones se amplió considerablemente, hasta llegar a 23 pruebas en el 200 a.C., muchas de ellas de carácter ecuestre para satisfacer las grandes fortunas amparadas en las cortes reales helenísticas. La geografía de los participantes y de los olympionikai cambió, pues muchos provenían de ciudades de los grandes reinos de Macedonia, Siria-Asia Menor y Egipto. El mundo griego se estaba expandiendo hacia Asia y África, y en el urbanismo de las nuevas ciudades nunca faltaron gimnasios y estadios patrocinados por la realeza en el poder (Kyle 2007, 248-250).
Cuando Augusto instauró el régimen del Imperio en Roma el 27 a.C., derrotadas y conquistadas las monarquías helenísticas, formalmente el aparato republicano se mantenía pero en la práctica el estado se había convertido en una monarquía bajo las órdenes del emperador y con muchos rasgos y ceremoniales heredados de los reinos helenísticos. En época imperial se pueden apreciar varias personalidades romanas, incluidos varios emperadores, que mostraron un apoyo al santuario. Augusto, Agripa, Herodes I de Judea y otros más contribuyeron al crecimiento de las instalaciones religiosos y atléticas (Scanlon, 2002, pp. 45-52).
Tiberio, que sucedió en el trono imperial a Augusto en el 14 d.C., recibió antes la corona de olivo sagrado como campeón olímpico de la carrera de carros. En estas décadas se empezaron a erigir, junto a las estatuas habituales a los dioses, esculturas de emperadores y de generales como consecuencia de la introducción del culto imperial en este espacio sagrado. Nerón tomó parte activa en las competiciones del 65 d.C., una consecuencia de su viaje en búsqueda de atraerse el apoyo de las élites greco-orientales. Fue varias veces campeón. Debido a la subjetiva visión de Suetonio, la imagen que ha quedado de esta participación es la de un tirano ególatra y torpe (Suet. Nero 11, 1 y 12, 3; Crowther, 2001 p. 7).
Emperador Nerón

El emperador Domiciano llevó a cabo un programa de construcción y restauración de edificios dentro del santuario, como templos y estancias para los atletas. Tras él, un Adriano con ideas helenistas asistió a los agones y lo publicitó mediante la acuñación de monedas, la creación de nuevos lugares de cultos, de baños, de gimnasios o la reconstrucción del estadio. Estos casos pueden dar lugar a una doble interpretación: la idea de unos emperadores romanos que anteponían su interés a la tradición y la sacralidad de un lugar tan importante para la religión griega, o a la idea contraria de que determinados huéspedes del trono imperial estaban especialmente interesados en el helenismo por razones oportunistas o por simple afinidad.
Siendo significativo el caso del hispano Adriano, en general la dinastía imperial del siglo II de los Antoninos realizó un duradero patronazgo sobre el santuario. Adriano utilizó como propaganda esa imagen de benefactor de los griegos que se labró con su fomento del centro panhelénico por excelencia. La Liga Aquea, a la que pertenecía Elis desde hacía siglos, recibió con gran gratitud la generosidad de Adriano y le dedicó una inscripción celebrando la contribución del “más divino de los emperadores” a favor de las ciudades, templos, festivales y agones griegos” (I.Ol. 57). Los dos siguientes emperadores debieron seguir en esta línea benefactora hacia Olimpia, pues los eleos consagraron estatuas de Antonino Pío, Marco Aurelio y familiares de éstos como sus esposas en lugares destacados del santuario, compartiendo espacio con representaciones del dios Zeus.



lunes, 19 de enero de 2015

La monarquía y la antigua Olimpia: épica y aristocracia (2)

La popularidad de agones como el de Olimpia y de la actividad atlética griega se expandió con firmeza en el Arcaísmo debido a factores como el sustrato deportivo de la tradiciones previas (como la cultura minoica), el impacto de la colonización o la fragmentación de Grecia en poleis. Las aristocracias dirigentes de éstas solían resolver intereses encontrados o rivalidades mediante conflictos y guerras. Una actividad bélica para la que el agonismo podía servir de entrenamiento, o incluso de sustitución. De este modo, Olimpia fue escenario de la competición inter-estatal y de la puesta en escena de unos valores aristocráticos que bebían directamente de la épica homérica.
Los aristócratas que participaban en las pruebas hípicas de Olimpia aportando carro y caballos solían contratar aurigas profesionales para asegurar de ese modo una conducción más competitiva. Los nobles no conducían, pero sí eran quienes obtenían la victoria ya que eran ellos quienes ‘poseían’ la virtud y las cualidades necesarias para alcanzar la corona sagrada de olivo. Incluso llegaron a participar monarcas, algunos de los cuales pudieron convertirse en campeones olímpicos. Por ejemplo, el rey de Cirene Arcesilao IV venció en la carrera de cuadrigas del 460. La victoria olímpica era un factor más que justificaba ante la ciudadanía que unas escasas familias aristocráticas acaparasen el poder político. La razón ideológica de esta posesión exclusiva era el nacimiento dentro de una de esas pocas familias agraciadas con el favor de los dioses y que garantizaba inteligencia, habilidad, fuerza y carácter innatos. También era aplicable este discurso en las pruebas gimnásticas (atletismo y combates), donde en realidad la riqueza permitía contratar preparadores y entrenadores profesionales (Nicholson 2005 pp. 2-13).
En las odas de Píndaro o Baquílides, en las inscripciones y otros memoriales para celebrar las victorias agonísticas se mantenía en un segundo plano el papel tan fundamental del conductor del carro, porque lo que se quería era ensalzar la excelencia de la superioridad aristocrática (Píndaro Olímpica 8, 68, Pítaca 10, 22 y Nemea 7, 11). En el Arcaísmo tardío del siglo VI e inicios del V proliferaron estos encargos para celebrar la propia victoria con un sentido de auto-propaganda por parte de la clase alta. Se trataba de un momento de cambio social y político en muchos estados griegos, ampliándose los derechos políticos a sectores de la ciudadanía en detrimento de los clanes aristocráticos hegemónicos (en algunos casos, como el de Atenas, desembocando en la democracia). Por tanto, un gran aristócrata necesitaba aprovecharse de su mayor disposición de medios para triunfar en Olimpia y otros agones para publicitar sus cualidades superiores y exclusivas y, de ese modo, justificar unos privilegios políticos que se estaban poniendo en cuestión por aquellos grupos sociales excluidos de la actividad política.
Una polis que mantuvo el régimen de la monarquía (en realidad, la mayoría de aristocracias arcaicas actuaban como tal), y además durante muchos siglos, fue Esparta. En la edición de la prueba de cuadrigas del 504, el rey espartano Damarato consiguió ser proclamado campeón olímpico. Otro rey, Agesilao II, que reinó a principios del siglo IV a.C., justo desde el inicio de la hegemonía de Esparta sobre el mundo griego tras la victoria del 404 en la Guerra del Peloponeso, quiso demostrar el poder y riqueza de su reino en el lugar de reunión por excelencia de todos los griegos: Olimpia. Según Jenofonte y Plutarco, él fue quien encomió a su hermana, la princesa Cinisca, a que participase en la carrera de carros de los Juegos Olímpicos. Venció dos veces, en el 396 y el 392 a. C.
Los mencionados cambios socio-políticos durante el cambio del Arcaísmo al Clasicismo conllevaron, entre sus consecuencias, la aparición de regímenes denominados tiranías (sin las malas connotaciones contemporáneas). El tirano tenía un gran poder personal, semejante a una monarquía, tras asumir todas las funciones de gobierno de forma ilegítima, muchas veces con apoyo popular o militar y enfrentándose a otros aristócratas. Muchos tiranos acabaron adoptando el título de basileus, en griego rey. Además, la necesidad de aparecer como legítimas llevó a muchas tiranías a buscar la aceptación de sus conciudadanos mediante la asistencia y la participación en los santuarios panhelénicos y sus pruebas atléticas.
Clístenes de Sición fue uno de los primeros tiranos en ejercer este patronazgo, al financiar la recuperación de los Juegos Píticos de Delfos (afectados por la Guerra Sagrada de principios del siglo VI a.C.). Además, venció la carrera de carros de estos Juegos en el 582 y en los Olímpicos en el 576 y el 572. El famoso tirano de Atenas Pisístrato también venció en esta prueba, en el 532. Fue en el ámbito colonial de Sicilia y el sur de Italia donde el régimen de la tiranía tuvo su mayor auge, evolucionando a verdaderas monarquías en casos como el de Siracusa, y donde más vinculación tuvo con los agones de Olimpia. La historia política la mayoría de las victorias olímpicas de estas dos regiones se concentró entre los siglos VI y IV, coincidiendo con una historia política marcada por la tiranía.
Moneda de Siracusa durante el reinado de Hierón I: la diosa Niké de la victoria corona los caballos que tiran una cuádriga

Dionisio I de Siracusa hizo acto de presencia en Olimpia en el 388 acompañado de un séquito sumamente pomposo. Respecto a las competiciones atléticas, especialmente las ecuestres, la conmemoración de una victoria (no sólo propia, también la de un conciudadano se presentaba como un éxito del tirano) se exhibía sin reparar en gastos, y fueron encargadas odas para capitalizar la alegría colectiva. Así hizo Hierón I de Siracusa, quien solicitó a Píndaro una composición para su general y amigo Cromio, que había vencido en Nemea en la carrera de carros. El mismo Hierón I venció en la carrera de caballos del 476 y del 472.


lunes, 13 de enero de 2014

La monarquía y la antigua Olimpia: épica y aristocracia (1)


En los dos poemas épicos atribuidos tradicionalmente a Homero y referentes de la literatura griega, la ‘Ilíada’ y la ‘Odisea’, se encuentran las dos primeras referencias literarias de la Historia al atletismo griego. Homero nunca menciona los Juegos Olímpicos, ya que se trataría de un anacronismo, pero sí que describe con gran rigor los distintos tipos de competiciones atléticas y la naturaleza social de quienes las practican. En el canto 23 de la ‘Ilíada’ aparecen, dentro de las honras funerarias ofrecidas a Patroclo, asesinado por el troyano Héctor, ocho competiciones atléticas en la que los héroes aqueos se enfrentan entre sí para obtener algún premio (Homero, Iliada 23, 256 – 897). Acorde a la naturaleza épica y guerrera de este poema heroico, donde los protagonistas son príncipes y reyes, el contexto de estas competiciones no se contradice en absoluto con este ambiente. Todos los hombres que compiten en estos juegos funerarios organizados por Aquiles son caudillos y monarcas de los reinos aqueos que asediaban Troya.
Games in Honour of Funeral of Patroclus, por Carle Vernet
 Se esfuerzan por alcanzar el premio estipulado que no es sino poder demostrar ser poseedores de la excelencia y la areté que se les supone por su condición. Quien venciera confirmaba ser un aristos (el mejor) miembro de los aristoi (las familias aristocráticas). La prueba que mayor protagonismo adquiere para Homero fue la carrera de carros tirados por dos caballos, un evento ecuestre en el que participaron cinco reyes. En el resto de competiciones fueron igualmente los reyes aqueos quienes compitieron por aumentar su nobleza y quedarse con alguno de los ricos premios (Crowther 2007 p. 42; Kyle 2007 p. 77; Miller 2004, pp. 1-11).

En la ‘Odisea’, el otro poema épico atribuido a Homero que probablemente se redactó durante el siglo VIII[1], y que se centra en el viaje del rey de Ítaca Ulises para regresar a su palacio, se vuelven a describir actividades atléticas con unas connotaciones sociales claramente elitistas. Un Ulises náufrago llega a una isla desconocida pero donde sus habitantes, los feacios, lo reciben con gran hospitalidad, llegando a organizar un banquete y un concurso atlético en su honor organizado por el rey de los feacios (Homero, Odisea 8, 100 – 214). El hijo de éste invita al extranjero a participar en las pruebas, y Ulises, aunque reacio al principio, acaba aceptando para que no se tenga duda de su nobleza. Efectivamente, el rey de Ítaca acaba demostrando ser un aristos cuando en el lanzamiento de disco vence sin que ningún otro consiga acercarse.

En los siglos IX y VIII a.C. en Grecia se fue configurando la polis (ciudad-estado) como modelo territorial, político y social en un proceso dirigido por la cúspide de la sociedad. Aquellas familias aristocráticas que durante el primer Arcaísmo estaban acaparando el poder social, político y religioso (los agones eran manifestaciones religiosas en santuarios como Olimpia o Delfos) habiendo heredado las prebendas de unas viejas monarquías que iban mutando en estas aristocracias, paralelamente a esa configuración de la polis griega. La propia ciudad de Elis, encargada de administrar la vida del santuario, fomentó a posteriori un origen mítico y regio de los Juegos Olímpicos. Este mito, transmitido por Pausanias, narra cómo el Oráculo de Delfos sugirió al rey Ífitos de Elis instaurar los Juegos de Olimpia (Pausanias 5, 20, 1).

sábado, 4 de enero de 2014

¿Realeza en los Juegos? ¿Algo del pasado?


Además de los espectáculos originales, las ceremonias de apertura también contienen tradiciones fijas. No tienen legado clásico alguno, siendo inventadas en las primeras ediciones del siglo XX. Probablemente, la tradición más conocida y popular sea el desfile de los países participantes, cuyo único guiño a la Antigüedad es el de otorgar a Grecia el honor de ser la primera nación en aparecer. A su vez, es el país anfitrión el que cierra el desfile. Habiendo caído ya la noche aquel 25 de julio barcelonés, fue durante este desfile cuando se produjo una de las imágenes más reprentativas de la ceremonia y probablemente de todos los Juegos del 92. Los deportistas españoles, como anfitriones de éstos, fueron los últimos en aparecer en la pista del Estadi de Montjuïc, y a la cabeza de ellos, ondeando la bandera española, iba el príncipe Felipe. Ese instante, seguido por el de su hermana la infanta Elena llorando emocionada en el palco, forma parte de los momentos más representativos de nuestra historia más reciente. Aún hoy, más de dos décadas despúes, es habitual ver repetidas en televisión estas imágenes del Príncipe de Girona como abanderado en la ceremonia de apertura.
Otra tradición de gran importancia en estas ceremonias es el del discurso de apertura de los JJOO a cargo del jefe de estado del país organizador. Aquel día de julio, el rey Juan Carlos I, desde el palco del Estadi, pronunció la siguiente fórmula: “benvinguts tots a Barcelona. Hoy, 25 de julio del año 1992, declaro abiertos los Juegos Olímpicos de la XXV Olimpiada de la Era Moderna”. Los Juegos de Barcelona 1992 quedaban inaugurados de forma oficial con estas palabras. De este modo, se produjeron en el transcurso de esta ceremonia de apertura uno de los momentos que siempre irá asociados al reinado de Juan Carlos I. En especial, como ya se ha indicado, el recuerdo del príncipe Felipe al frente de los deportistas españoles.
Pero esta aparición de la familia real española no era inédita en unos Juegos Olímpicos. Ni fue la primera vez que los Borbón tomaban parte en una ceremonia de apertura olímpica, ya que la infanta Cristina fue la abanderada española en el desfile de Seúl 1988, ni se trata de un raro caso de vinculación entre la realeza y el olimpismo. La historia de éste está plagada de personajes de sangre azul, un hecho que se remonta a los mismos orígenes del agonismo griego. El santuario de Olimpia fue testigo de la presencia de muchos monarcas, desde reyes de época arcaica hasta emperadores romanos. Es muy posible que el alto prestigio social que han caracterizado las competiciones olímpicas, uno de los rasgos más notorios que ha heredado el olimpismo moderno del antiguo, explique que también haya sido abundante la presencia de monarcas desde los JJOO de 1896 hasta la actualidad.

martes, 10 de diciembre de 2013

Los deportes del 2004: guiños a la Grecia antigua


Sobre los símbolos más destacados de los JJOO, por ejemplo la ceremonia de entrega de medallas a los vencedores y la mascota que busca dar un toque divertido, también se recurrió al atractivo poder sentimental de la Antigüedad griega. Como mascotas se eligió una pareja de niños llamados Phevos (por Febo, uno de los epítetos de Apolo que hacía referencia a su rol como dios de la luz) y Athena (por Atenea, la diosa protectora de la polis de Atenas). El diseño recuerda claramente las figuritas de terracota del siglo VII a.C. de cuerpo acampanado llamadas daidala y que eran usadas como representación de Atenea con rostro de lechuza. Oficialmente, el significado de las mascotas era exhibir el valor de la raza humana para conmemorar la humanidad que siempre ha sido el alma de los Juegos Olímpicos (a pesar de que los de la Antigüedad, celebrados en un santuario, tenían como sentido fundamental el culto a Zeus).
Las medallas, que desde la primera edición de 1896 son el trofeo que premian a los tres primeros clasificados en cada prueba olímpica, mantenían desde 1928 el diseño que Cassioli creó empleando como motivos la diosa Niké (para los griegos, personificación de la victoria) sentada mientras en una mano sostiene una palma y en la otra una corona vegetal como la que premiaba a los que vencían en los cuatro certámenes atléticos griegos, viéndose detrás el lateral de un anfiteatro romano. Para 2004, se innovó con un nuevo diseño realizado por la griega Votsi, en el que se representaban tres elementos de la Grecia clásica para insistir en el origen helénico de los Juegos.
Se mantuvo la diosa Niké, aunque cambiada porque se mostraba la escultura helenística de la Victoria alada de Samotracia. Y en el anverso estaba también el Estadio Panathinaikó, sede de los Juegos Panatenaicos en honor a Atenea vuelto a reconstruir con motivo de los JJOO de 1896. En el reverso aparecían inscritos los dos primeros versos del octavo poema de Píndaro en honor a Olimpia (Píndaro Odas Olímpicas 8), en donde el poeta clásico invoca al santuario como si se tratase de una divinidad que muestra las verdaderas cualidades de un individuo. Además, en la ceremonia de entrega de medallas se innovaría añadiendo el hecho de ceñir la cabeza de los premiados con una corona de hojas de olivo. La corona de olivo era el premio en los Juegos de Olimpia, de laurel en los Píticos de Delfos, de pino en los Ístmicos de Corinto y de apio silvestre en los Nemeos. Esas coronas se armaban con las ramas del árbol sagrado de la divinidad a la que estaba dedicado cada santuario, un objeto modesto pero cargado de una sacralidad de la que careció en la Grecia del 2004 (Salvador 2009, 84-85).
Durante las mismas pruebas deportivas se quiso imbuir a los Juegos de ese barniz histórico y clásico con el que se diseñaron el ceremonial, la iconografía y demás aspectos, eligiendo escenarios de la Antigüedad para algunas de las pruebas más ligadas a la esencia olímpica contemporánea. Los organizadores quisieron llevar parte del atletismo a lo que queda del estadio de Olimpia, donde se celebraban los agones atléticos. Aunque esperaban poder celebrar ahí el lanzamiento de disco, como recuerdo del lanzamiento de dískema, una de las cinco pruebas que integraban el pentatlón, las dimensiones del recinto y las marcas que se alcanzan en esa prueba (el récord mundial supera los 74 m) hacía vulnerables los laterales, poniendo en peligro a los espectadores. De ese modo, se celebraron en Olimpia las pruebas masculina y femenina del lanzamiento de peso, prueba que no existía en la Antigüedad pero que era la más indicada por las características del espacio.
Adam Nelson, vencedor del peso en Olimpia (fuente: IAAF)
La carrera del maratón se ha ido celebrando en todas las ediciones de los JJOO, alcanzado tales cotas de espectáculo y leyenda que desde pronto se convirtió en la prueba olímpica tradicional por antonomasia. Es la última competición a disputar antes de la ceremonia de clausura, la culminación tras dos semanas de deportes. La carrera de 2004 siguió el mismo recorrido que en 1896, comenzando en Maratón, donde se alcanzó la victoria griega contra los persas, y concluyendo en el Estadio Panathenaikó. Volvía a recorrerse la distancia que completó aquel soldado elevado a héroe como símbolo de la gesta militar de Atenas antes el Imperio Persa. Pero todo el significado histórico quedó eclipsado por el incidente protagonizado por un sacerdote irlandés, que atacó al brasileño De Lima, que iba primero a falta de 7 km pero que perdería las opciones al oro tras el ataque. El COI, como acto de reconciliación, otorgó al atleta la medalla Pierre de Coubertin (Wallechinsky y Loucky 2008, 154).
Paolo Bettini y S. Paulinho, oro y plata, con la Acrópolis detrás (fuente: IOC)
El mar y la navegación, factores esenciales del esplendor de Atenas durante su hegemonía en la Liga Ático-Délica del siglo V a.C., estuvieron presentes en el deporte de la vela, cuyas regatas se llevaron a cabo en el golfo Sarónico, entre la isla de Salamina y la costa occidental del Ática. Para el ciclismo se seleccionó un duro circuito por el centro histórico de Atenas, con subidas a la colina Lycabetous y al Acrópolis. Los ciclistas pasaban junto al Partenón, siendo la parte de la competición más fotografiada cuando dejaban atrás el famosísimo templo.

martes, 3 de diciembre de 2013

La llama olímpica y la ceremonia de apertura de Atenas 2004


El 25 de marzo de 2004, otra vez el día nacional de Grecia y en las ruinas del antiguo santuario de Olimpia, se realizó una ceremonia en la que una sacerdotisa, papel interpretado por una actriz griega, vestida con túnica blanca como otras actrices, se dirigió a los restos del templo de la diosa Hera. Allí, tras pedir al dios Apolo (sin ninguna vinculación con este santuario, aunque sí con el de Delfos) que alumbrase los Juegos, la sacerdotisa procedió a encender la antorcha al hacer converger los rayos del sol sobre un espejo cóncavo. Luego, otro actor también griego leyó: “aquí renacerá la luz con una chispa de Dios, partirá y correrá fuera de Olimpia llevando el gran mensaje de unidad de los pueblos y paz en el mundo” (El País, 26 de marzo 2004). Durante los próximos meses, esa antorcha encendida recorrería 34 ciudades del mundo y los cinco continentes hasta llegar el 13 de agosto al Estadio Olímpico como punto culminante de la ceremonia de apertura (Guía Marca de Atenas 2004, 28).
Los anillos, 'encendidos' desde Olimpia (fuente: IOC)
La tradición del encendido de la antorcha olímpica en Olimpia se remonta a los Juegos de Berlín 1936, cuando su organizador Carl Diem, inmerso en la magnificencia del nazismo y a la vez estudioso de los orígenes indoeuropeos del mundo griego, quiso potenciar la relación entre las pruebas olímpicas antiguas y las modernas introduciendo ese relevo de antorchas entre Olimpia y la ciudad organizadora. Sin embargo, esa idea no fue tomada de los Juegos Olímpicos antiguos, sino de unas carreras de antorchas que se celebraban en otras pruebas atléticas del mundo griego y que relatan varios autores antiguos (Pausanias 1, 30, 2).
En el ya mencionado 13 de agosto de 2004 se realizó en el Estadio de Atenas la ceremonia de apertura, el momento más emblemático y representativo de toda edición olímpica, y donde el país organizador suele preparar un inmenso espectáculo en el que deja constancia de sus rasgos culturales más típicos. Evidentemente, un país cuya formación de una identidad nacional tanto bebe del pasado (Hamilakis 2007, 57-124), y que por el peso de ese pasado había recibido la organización de los JJOO, no podía omitirlo en el evento más visto por televisión en todo el planeta. De esta ceremonia, tres me parecen que fueron los momentos en que el nexo entre la Historia griega antigua y la República de Grecia estaban más acentuados.
El primero de esos momentos hacía referencia a la relación existente entre las Olimpiadas antiguas y las actuales. En el videomarcador se veían imágenes aéreas del valle del Alfeo, deteniéndose el vuelo en el estadio de Olimpia donde se diputaban los agones atléticos. Allí había un percusionista, tocando un tambor tradicional griego. Surgía la réplica de otro percusionista que estaba en el mismo Estadio de Atenas en la orilla de la laguna artificial que se hubo montado donde normalmente está el césped. Ambos comenzaron a tocar sincronizados un ritmo griego, hasta que el hombre en Olimpia golpeó con fuerza el instrumento apareciendo de pronto una llama de ese videomarcador que volaba hacia la superficie de la laguna, prendiendo sobre el agua los cinco aros olímpicos hechos en fuego. La llama pasó del estadio de Olimpia al de Atenas. Así, se transmitía el mensaje de que los JJOO actuales son herederos directos de los que empezaron a disputarse en el siglo VIII a.C. (como una alianza de fuego, se podría decir). Y los dos Juegos forman parte de la identidad griega, simbolizada por los dos músicos.
Otro momento, centrado en el legado mítico, artístico y escultórico de la Grecia antigua, consistió en una mujer recitando un poema mientras sujetaba un busto de época clásica. Detrás de ella, un centauro (la criatura mitológica que en los tiempos primigenios fue protagonista de la Centauromaquia, donde fue derrotada por el héroe mítico ateniense Teseo) simulaba estar cazando internándose lentamente y con cautela en la laguna. Arrojó una lanza hacia el centro del estanque, punto del que iba emergiendo una reproducción gigantesca de una cabeza de la cultura cicládica, exactamente del periodo cultural Keros-Syros. La cabeza se fraccionó, apareciendo de su interior un kouros, la estatua masculina característica del Arcaísmo. Ésta también se dividía, y aparecía otra escultura masculina pero ahora con la famosa técnica de la curva praxiteliana, que empleó el artista Praxíteles en el siglo IV a.C. Todos esos fragmentos que formaban las estatuas se fueron diseminando sobre la superficie del agua, dando a entender que son las islas del mar Egeo. A continuación, un actor vestido como Eros, el dios del amor y la atracción sexual, sobrevolaba esas ‘islas’.
El momento de la ceremonia que hubo un uso más intenso de la Antigüedad y la Historia griega para enlazarlas con el presente fue la performance titulada Clepsydra (el reloj de agua que empleaban los antiguos griegos). Siguiendo una progresión cronológica, iban desfilando numerosos actores que representan los momentos más significativos de Grecia, empezando por el mundo minoico y acabando en el siglo XX. Tratándose del espectáculo con el que los griegos querían mostrar su mejor imagen al mundo, escogieron aquellos momentos que más enorgullecen a los griegos de hoy y se omitieron otros que no resultan tan gloriosos o en los que un imperio extranjero dominaba lo que es hoy Grecia. Y como demuestra Hamilakis en su ensayo, los episodios más esplendorosos para el nacionalismo griego, y que son en los que se centra el desfile, resultan ser la Antigüedad y el Clasicismo, la etapa bizantina y la configuración nacional tras la independencia de 1822 (Hamilakis 2007, 287-302).
Enumeraremos los sucesos históricos y las etapas culturales que iban apareciendo a lo largo del desfile:
– Las escenas cretenses pintadas en los frescos del palacio de Cnosos disfrutan de bastante atención (siglos XVII a XV).
– El militarismo micénico a través de la máscara de Agamenón (siglos XIV a XII).
– La cultura material caracterizada por la cerámica geométrica (siglos IX y VIII).
– Las esculturas arcaicas de kouroi y korai (siglos VII y VI).
– Las representaciones teatrales (siglo V).
– La producción escultórica más célebre de Fidias junto la obra monumental de la Acrópolis ateniense con el Auriga de Delfos al final (también siglo V).
– Los agones atléticos, hípicos y luctuorios, en clara referencia a las Olimpiadas (aparece junto al esplendoroso Clasicismo, a pesar de que el santuario tiene sus orígenes en la Época Oscura y su fin en tiempos del cristianismo).
– La expedición militar de Alejandro Magno (del 336 al 323).
– Las estatuillas de Tanagra (siglo IV a.C.).
– La Iglesia cristiana de Oriente, el monacato, San Jorge y en general una alegoría del Cristianismo como religión de Bizancio, con el marco de la arquitectura bizantina (siglos IV a XV).
– Los militares que lucharon por la independencia de Grecia (la guerra estalló en 1821 y el Reino de Grecia fue definitivamente reconocido en 1832).
– El folclore griego de este siglo XIX en que vio la luz la nueva nación.
– Los Juegos Olímpicos de 1896.
– La cultura griega a comienzos del siglo XX
– Finalmente, María Callas (la diva falleció en 1977).
Estatuas korai, periodo arcaico (fuente: IOC)

La selección de motivos resultó altamente interesada, destacando las ausencias de aquellos episodios que no son motivo de honra para el patriotismo griego. Hay un vacío absoluto desde el Alejandro hasta que con Teodosio I el Imperio Romano es oficialmente cristiano. Ninguna alusión a los reinos helenísticos ni a Roma. E igual sucede con los casi cuatro siglos bajo el Imperio Otomano. Tratándose de la ceremonia de apertura olímpica, se da especial relevancia a los Juegos de la Antigüedad y los de 1896, que son los que legitiman a Grecia como madre del olimpismo. Es notable que, aun habiéndo existido durante un milenio los agones de Olimpia, se datan en el Clasicismo y además éste se centra en las manifestaciones atenienses. En definitiva, se optó por hacer un espectáculo selectivo y acorde a los gustos occidentales, con la intención de vender Grecia como un país moderno y pujante y con un pasado cuidadosamente selectivo. Por el contrario, la ceremonia de clausura prefirió mostrar más la verdadera esencia cultural griega sin ocultar las influencias orientales (Kokkinidou 2011, 250).