Los participantes de
las olimpiadas griegas decimonónicas eran gente normal sin distinción de clase
(entre los vencedores hubo un carnicero, un cantero o un albañil) que chocaba
con el sport elitista que se
realizaba en Reino Unido y del que bebería el barón francés. Éste se encontraba
de visita por la Inglaterra victoriana para empaparse y comprender mejor la
práctica de una actividad, el sport,
que se encontraba en pleno crecimiento. En una sociedad industrial con unas
diferencias sociales bastante acentuadas, como se ve mediante la lectura de
Dickens, la práctica de actividades deportivas fue un reflejo de esas
circunstancias. Como a mitad de la centuria los deportes que realizaba la clase
burguesa estaban cada vez más vetados al resto de la población, se fue
consolidando la teoría del deporte amateur.
Es decir, que sólo fuera practicado como entretenimiento y jamás como
profesión. En la práctica significaba que el deporte amateur debía ser algo exclusivo de la alta sociedad, pues nadie de
la working class podría permitirse
sobrevivir dedicándose a competir si carecía de ingresos por ello. En los
Estados Unidos, con una sociedad sin el componente aristocrático y donde los
deportes que más triunfaban eran en equipo, toda esa teorización del
amateurismo tuvo menos relevancia (Bádenas 2005, 89-94; González Aja 2005, 238-240).
En el marco de las
reformas educativas de la III República Francesa, Coubertin vio que el sistema
británico daba gran importancia al ejercicio físico como medio de desarrollar
el cuerpo, la disciplina y la integridad de la persona, así que creyó conveniente
transmitir esa idea del deporte como vía para la educación en su país. Con una
idea de deporte de élite, expresada en su frase “juegos para una élite: una élite de contendientes, pocos en número pero
comprendiendo a los atletas campeones del mundo (Coubertin 1931, 50), pero
que imbuía de un internacionalismo entonces en boga por la moda de las ‘Expos’,
fue aceptada por las autoridades francesas a través de la Union des Sociétés
Fraçaises des Sports Athléthiques, institución que acabaría fracasando. Por
eso, Coubertin necesitó de un elemento que potenciara su idea: la recuperación
de un olimpismo totalmente edulcorado y adaptado al tipo de sport amateur antes mencionado, un vínculo que internacionalizara su
proyecto y lo hiciera atractivo para los intelectuales al asociarse con el
prestigioso pasado de la Antigüedad griega (Martínez Gorroño 2005, 248-268).
Coubertin habló de su
idea de unos Juegos Olímpicos en un discurso pronunciado en la Universidad de
la Sorbona en 1892, pero no se haría realidad hasta dos años después en una
conferencia internacional en el mismo lugar. Allí se declararon “restablecidos”
los Juegos Olímpicos con la siguiente frase solemne: “Hemos votado unánimemente por la restauración de una idea con dos mil
años de antigüedad, el Olimpismo de la antigua Hélade emerge después de muchos
siglos” (Actas del Congreso de París de 1894). Quienes habían votado tal
aspecto eran mayoritariamente nobles, profesores universitarios y otros
‘honrosos’ oficios de Francia, Grecia, Rusia, Suecia, EEUU, Bohemia,
Hungría, Reino Unido, Argentina, Nueva Zelanda, Italia, Bélgica y Alemania. A
pesar de tan nutrida presencia internacional, en los JJOO de 1896
participarían sólo, aparte de una inmensa mayoría de griegos, algunos turistas,
trabajadores de embajadas en Atenas y muy pocos deportistas internacionales
(González Aja 2005, 242-243). En las actas del Congreso de 1894 hubo numerosas
referencias a la idea de que no se inauguraba algo, sino que simplemente se
salía de un letargo:
“El autor comenzó por considerar los Juegos Olímpicos tal y como eran en
tiempos antiguos. Observó que la competición más importante era el pentatlón,
que consistía en cinco disciplinas. Para poder competir, el atleta debía
despuntar en todas ellas; esto prueba hasta qué punto los griegos tenían en
mayor estima un desarrollo armónico de la fuerza y la agilidad (…) Se incluía
aquí el asunto de la calificación de los concursantes. ¿Deberían ser excluidos
de la competición olímpica aquellos candidatos que hayan cumplido sentencias en
prisión, como sucedía en la Antigua Grecia? (…) Considerando que no cabe duda
acerca de los beneficios que tendría el restablecimiento de los Juegos
Olímpicos, tanto por motivos atléticos como por razones morales e
internacionales, la Comisión propuso un voto a favor del restablecimiento de
los Juegos (…) en concordancia con las necesidades de la vida moderna (…)
Siguiendo estas observaciones, la Comisión avanzó el voto de que los Juegos
Olímpicos fuesen celebrados cada cuatro años, y que la fecha de los primeros
quedase fijada para 1896” (Actas del Congreso de París de 1894).
Además, en esas actas
se afirmaba la decisión de que sólo podrían participar atletas amateurs, que nunca hubieran sido
profesionales, pervirtiendo la creencia de que durante el esplendor de la
Grecia clásica los atletas eran los antecesores de quienes practicaban sport en la Inglaterra victoriana.
Existía una corriente historiográfica, dentro de la cual Mahaffy influiría
mucho a esta norma del COI, que sostenía que en la Atenas del siglo V a.C.
todos eran amateurs en sus campos:
Sócrates, Sófocles, Fidias, Tucídides, etc. Y el vencedor en Olimpia era un
aristócrata cuya victoria era simplemente la corona vegetal sacra más el clamor
de su polis. En realidad, recibían
grandiosas recompensas por sus victorias (Miller
2004, 207-215). Por tanto, el Helenismo significaba la decadencia de las
Olimpiadas porque progresivamente se habían llenado de profesionales. Por otra
parte, y al igual que ocurría en la Grecia antigua, sólo podrían participar
hombres (Miller 2004, 150-159). El deporte que planteaba Coubertin era una
actividad física competitiva masculina en que la mujer tenía un papel
secundario, igual que en la mentalidad europea del siglo XIX la fuerza del
hombre tenía un alto valor social y patriótico.
Se había creado un
olimpismo que sólo miraba al de la Antigüedad parcialmente, obviando las partes
incomodas (el profesionalismo, o que las mismas fuentes hablan de la necesidad
de castigar a los tramposos porque las trampas existían) y construyendo un
ideal de pureza que coincidía con el Clasicismo antes de caer en la
degeneración. Los JJOO de 1896 nacían como una adaptación moderna de la
antigua institución, y se decidió que la primera edición volviera a casa. Pero
la rural y abandonada Olimpia no podría hacerse cargo de ello, optándose por la
ciudad de Atenas (Kyle 2007, 94-96).