Los Juegos de
Barcelona en 1992 fueron los de la XXV Olimpiada de la era moderna, un criterio
cronológico que repetía el sistema empleado por los antiguos griegos. Éstos
llegaron a basar su cronología absoluta en el listado de las Olimpiadas,
estableciendo la primera en los primeros Juegos Olímpicos de los que se conoce
ganador: el corredor Coroibos en el 776 a.C. Pero, ¿cuál es el criterio para
enumerar las Olimpiadas modernas, cuál fue la I Olimpiada? Pues el primer
evento con el nombre de ‘Juegos Olímpicos’ celebrado en suelo griego tras un
milenio y medio desde que fueron cancelados los originales.
Tras el edicto de
Teodosio I prohibiendo en 393 las actividades agonísticas en Grecia, orden
reiterada por Teodosio II, el fin del culto pagano, el cristianismo y también
las invasiones bárbaras hicieron que el santuario de Olimpia cayera en el olvido
y acabara enterrado por terremotos, el paso del tiempo y las inundaciones del
voluble río Alfeo. En el siglo XVIII algunos aficionados y arqueólogos
ingleses, franceses y alemanes se interesaron por el emplazamiento del antiguo
santuario, visitando el lugar y escribiendo descripciones de las ruinas que aún
sobresalían. El filohelenismo aumentó con fuerza en Europa en la siguiente
centuria, y con ello expediciones arqueológicas como la que un equipo francés
realizó en la zona del Templo de Zeus en 1829. En 1852 otro grupo, financiado
por el gobierno prusiano, vería su proyecto paralizado por cuestiones
burocráticas, no reemprendiéndose hasta una veintena de años después (Durántez
1977, 315-318).
En 1870 Schliemann
desenterró las ruinas de Troya y en 1877 las de Micenas. Aquello supuso un
impulso enorme al interés académico por el mundo griego y por su estudio a
través de la Arqueología. Un estado griego aún en pañales y ansioso por
legitimarse a través del pasado permitió que el gobierno alemán tuviera los
permisos para reanudar las excavaciones en Olimpia (Hamilakis 2007, 57-124).
Durante un total de seis campañas, y desde 1875 hasta un lustro más tarde, los
arqueólogos alemanes, a pesar de recurrir a las técnicas decimonónicas que hoy
serían impensables, llevaron a cabo un minucioso trabajo en el valle de Olimpia
sondeando y sacando a la luz todos los edificios que habían integrado el
santuario panhelénico (los distintos templos, el estadio, el hipódromo,
gimnasios, etc.) más estatuas, cerámicas y otros restos (Durántez 1977,
318-324; Miller 2004, 87-112). Ese trabajo, una vez publicado con el título
‘Olimpia, los resultados de las excavaciones llevadas a cabo por el Imperio
Alemán’, aumentaría el atractivo en el campo de los historiadores, y fuera del
académico, por aquellos certámenes atléticos parecidos al sport de entonces que reunía cada cuatro años al mundo griego de la
Antigüedad.
Encendido de la antorcha de Sochi 2014 (fuente: autor) |
Pero las Olimpiadas
ya se conocían a través de las fuentes literarias, y en el siglo XIX se había
intentado en varios lugares y con distintas concepciones, pero nunca con
demasiado éxito, recuperar las competiciones deportivas olímpicas. Ejemplo de
estos intentos fueron los ‘Prix Olympiadiques’ que la administración francesa
de Corfú realizó en tiempos de Napoleón, los Juegos Griegos en una Polonia que
en 1830 vivía una revolución liberal que acabó frustrando Rusia o los juegos de
‘Olympia’ financiados por el magnate Zappas y por la familia real griega de
1859 cuya segunda edición tuvo que esperar once años y la tercera cinco más.
Esta última competición, concebida por y para griegos y que se celebró en el
Estadio Panathinaikó ateniense, buscaba resucitar con la mayor fidelidad (a
pesar de tener una distinta ubicación) las Olimpiadas antiguas: panhelenismo,
imitación de las pruebas (tres tipos de carreras, salto, lucha, lanzamiento de
disco y jabalina), etc. El helenista irlandés de clase alta Mahaffy asistió a
la tercera edición, narrándola con sumo desprecio por la participación de gente
sin buena cuna. Su descripción fue leída por Coubertin (Bádenas 2005, 95-98).
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