domingo, 20 de octubre de 2013

El Mare Nostrum durante Barcelona’92: Empúries


A pesar de que había quedado superado hacía mucho el debate sobre si los Juegos Olímpicos debían ser organizados por Grecia a perpetuidad o ser un evento mundial, la organización de Barcelona 1992 quiso convertir al mar que baña Barcelona y Catalunya en un emblema de la XXV Olimpiada. Igual que lo fue en los II Juegos Mediterráneos de 1955 (Pernas 2012, 133). La historia de la capital catalana es inseparable del papel de este mar, y así se quiso dejar constancia durante dos de los momentos más emotivos en cada edición olímpica: el recorrido de la antorcha y la ceremonia de apertura.
Marián Aguilera, en Empúries (fuente: Barcelona Olímpica)
La ceremonia de bienvenida del fuego procedente de Olimpia no estaba concebida como un acto deportivo. Su intención era más la de homenajear la cultura mediterránea ancestral y mostrar que Empúries es ‘puerto, pacto, puerta y puente’. Empúries y por extensión Cataluña, ése era el mensaje. La retransmisión televisiva sirvió de gran vehículo para la difusión de este mensaje” (La Vanguardia 14 de junio 1992). Con este claro mensaje sobre el objetivo de la llegada de la antorcha olímpica al Empordà desde Grecia abría este diario su reportaje sobre el comienzo de la experiencia olímpica barcelonesa. El lugar escogido no fue cualquiera ni azaroso, como tampoco lo fue cuando se eligió un recorrido muy vinculado a Cristóbal Colón en 1968 (la anterior ocasión en que la antorcha visitó territorio español). Proveniente de Olimpia, la llama olímpica atravesó el Mediterráneo y “llegó a las nueve en punto de la noche, con precisión germánica, a la catalana playa de Empúries” (El País 14 de junio 1992).
Empúries, el núcleo de población griego mayor y más importante de la Península Ibérica, fue fundado por griegos de Focea con fines comerciales en torno al 600 a.C.. Fue el primer lugar conquistado por los romanos frente a los cartagineses en Hispania y mantuvo su preponderancia en la región durante siglos (Domínguez Monedero 2001, 130-131). La conexión que se quería hacer entre la Antigüedad griega y la XXV Olimpiada con un recorrido de la antorcha que seguía el esquema Olimpia > Atenas > Empúries > Barcelona era manifiesta. Antes de proseguir un peregrinaje por poblaciones catalanas primeras, y españolas después, hasta el 25 de julio de aquel año, el primer episodio de ese tour fue un cuidado espectáculo en distintos puntos del parque arqueológico de Empúries que contó con una nutrida presencia institucional encabezada por el president Jordi Pujol y el ministro Javier Solana.
La antorcha llegó en una barca al Moll Grec con gran solemnidad, recorrió bajo mucha ceremonialidad y teatralidad la playa ampurdanesa y acabó llegando a la neápolis, la extensión de la ciudad griega cuando ésta creció por su prosperidad (Estrabón 3, 4, 8-9). A partir de ahí, se sucedieron los discursos más las interpretaciones musicales y teatrales a cargo principalmente de conocidos artistas catalanes y españoles. Bajo la premisa “de la concordia entre los pueblos y la paz” y en el marco de las ruinas de la ciudad griega más occidental del extensísimo antiguo mundo griego. “La llama olímpica es la oferta generosa del espíritu griego de Olimpia a todos los pueblos de la tierra dispuestos a cooperar pacíficamente”, dicho por la griega Irene Papas, fue alguna de las frases pronunciadas.

lunes, 14 de octubre de 2013

Barcelona’92, bañada por el Mare Nostrum


La segunda y la tercera edición de los JJOO no tuvieron como sede a Atenas ni otro lugar griego, sino que París los organizó en 1900 y la estadounidense San Luís en 1904. Ambas ediciones fueron sendos fracasos, pues quedaron eclipsadas por las Expos que tuvieron lugar paralelamente en esas mismas ciudades. Sin la aprobación del COI ni de Coubertin, los griegos decidieron organizar unos Juegos Intercalados para 1906, en el décimo aniversario de la primera Olimpiada. Tuvo como sede a Atenas y al Estadio Panathenaikó, y la principal causa de este evento se debe al enfado que produjo en gran parte de los griegos el que los JJOO, una competición que consideraban suya, no siguiese celebrándose en Grecia y viajase a Francia y luego a EEUU. El nacionalismo griego argumentaba que las Olimpiadas tuvieron suelo griego como único escenario durante más de un milenio. Los griegos, que veían el olimpismo moderno como heredero del panhelenismo antiguo, no obstante consiguieron un éxito semejante al de 1896 y que con esos Juegos no oficiales el espíritu olímpico no se extinguiera antes de 1908 (Wallechinsky y Loucky 2008, 12).
Con los JJOO de Londres 1908 y Estocolmo 1912 se dio el definitivo espaldarazo a la competición, salvando un movimiento olímpico que retornó a la normalidad tras la Gran Guerra con Amberes 1920. Desde entonces todas las ediciones resultaron exitosas, con Berlín 1936 culminando esta etapa de crecimiento. Estos Juegos, aparte de ser un escaparate propagandístico del régimen nazi, acabaron de definir el tipo de evento que ha llegado hasta hoy: dos semanas donde una veintena de deportes desarrollan sus ‘mundiales’ albergados por una ciudad anfitriona que despliega todo su esfuerzo organizador bajo la mirada de todo el planeta. Desde el debut de la URSS en 1952, los Juegos fueron hasta 1988 un escenario más de la Guerra Fría. Los boicots y unos medalleros capitalizados por soviéticos y estadounidenses hicieron del olimpismo un reflejo del mundo bipolar (Miller 2004, 216-225). Y salvo la edición de 1960 en Roma, ninguna edición volvió a su región de origen, el Mediterráneo.
Barcelona 1992 fue el reencuentro de los Juegos con este mar y con el cálido y fértil clima mediterráneo. El olimpismo se reencontró con el aroma de la brisa marítima mezclada con el de cipreses, olivos y pinos. Con la alegría y la luminosidad. Bajo muchos de los ideales que acompañaban la celebración de los agones de siglos atrás, como la primacía de la competición entre atletas en vez del protagonismo de la política y los boicots. Atletas que eran seleccionados para la lid sin más requisitos que su capacidad física y su detreza, ya que quedaba definitivamente desterrada la absurda prohibición a los deportistas profesionales, una regla sin ningún tipo de conexión real con la Olimpia de la Antigüedad.

domingo, 6 de octubre de 2013

Primera Olimpiada de la era moderna: Atenas 1896


En la primera edición olímpica, Grecia se volcó en todos los aspectos: cuestaciones masivas, apoyo financiero de magnates locales, el soporte del gobierno y del rey Jorge (Georgios I, que nació en Dinamarca) y gran asistencia de público. El diploma a los primeros clasificados estaba escrito en griego con una representación de Niké y del Partenón y una alegoría de Hellas. También en griego estaban las entradas para los espectadores y todo cartel informativo utilizado. El rey inauguró los JJOO en una ceremonia de apertura dominada por la bandera nacional griega. Y el día elegido para esa ceremonia fue el 25 de marzo, es decir, el día que se conmemoraba el 75º aniversario del estallido de la guerra por la independencia griega frente a los turcos otomanos. El día nacional de Grecia. Según el calendario ortodoxo, pues según el occidental era el 5 de abril (desfase que provocó que varios atletas extranjeros llegasen tarde). Todo ello contribuyó a una atmósfera muy helénica en la primera edición, más parecida al panhelenismo antiguo que al internacionalismo pretendido por Coubertin.
El lugar donde se realizaron la ceremonia y donde se disputaron la mayoría de deportes fue el Estadio Panathinaikó, edificado en el siglo VI a.C. durante el gobierno de Pisístrato para celebrar los Juegos Panatenaicos en honor a Atenea, reconstruido en mármol tras la conquista de Atenas por Alejandro Magno y vuelto a reconstruir gracias al dinero de Averoff, un rico griego. Las Panateneas, totalmente independientes de las Olimpiadas, fueron organizadas en Atenas desde las reformas de Solón con un carácter sacro y político con competiciones atléticas, ecuestres, de lucha y musicales (Kyle 2007, 152-166). Igual que en la elección de sede, con Atenas en vez de Olimpia, se hacía una tergiversación del pasado olímpico mezclándolo con la gloria de la Atenas clásica. El himno compuesto para la apertura, convertido muchos años después en el oficial del COI, es una oda totalmente idealizada al olimpismo de la Antigüedad. Palamas, su autor, se inspiró en los poemas a Olimpia de Píndaro.
El cartel de Atenas 1896, en realidad la cubierta del Informe General, era una síntesis de la epopeya olímpica donde se aparecían los años 776 y 1896, una imagen de Heracles, el templo ateniense de Zeus Olímpico, el Partenón, el Estadio Panathinaikó recién restaurado, una columna de orden jónico, una muchacha con las ropas tradicionales (decimonónicas) griegas que simbolizaba a Atenea, diosa poliada ateniense, y no Zeus, a quien estaba consagrado el satuario de Olimpia y dos frases: Ολυμπιακοι αγονες y Jeux Olympiques. La medalla también se basaba en la iconografía clásica, con la cabeza de Zeus portando en su mano a la diosa Niké en el anverso y la Acrópolis con el Partenón en el reverso. Se alternaban elementos de la distante Olimpia con los de la capital de una nación que tres cuartos de siglos antes se independizaba (Martínez Gorroño 2005, 268-269; Miller 2004, 96-97).
Ni en esta edición, ni en la siguiente, hubo tres medallas otorgadas a los tres primeros clasificados de cada prueba. En la línea citada del amateurismo como ideal olímpico, el oro se consideraba un signo de opulencia, de modo que sólo se entregaba una medalla de plata al primer clasificado y una de bronce al segundo (una novedad premiar a alguien que no fuese al campeón, algo que no se produjo en ninguno de los agones antiguos). Pero desde San Luis 1904 sí que se decidió entregar medallas de oro, plata y bronce a los tres primeros clasificados. La razón de elegir esta gradación entre los tres metales, como paralelo a los méritos deportivos, se recogió del mito de las Edades del poeta épico Hesiodo. Aunque su relato no tenía nada que ver con el agonismo, sino que se encuadraba en el catálogo de leyendas mitológicas de los 'Trabajos y los Días', a los fundadores del olimpismo moderno les resultó atractivo asemejar un vencedor olímpico con el hombre de la primera edad de oro, al subcampeón con el de la segunda edad de plata y al tercero con el de la tercera edad de bronce (Buitrón y Riego 2004, 42; Hesiodo Trab. y días 109-202).
Las actas del Congreso de 1894 recogen la necesidad de desarrollar en los JJOO modernos un programa que mezclara pruebas de la Antigüedad, o al menos inspiradas, y deportes contemporáneos: “¿Qué deportes, ya sea de tradición antigua o actuales, pueden ser incluidos en los Juegos Olímpicos? (…) el Sr. Coubertin señaló, con relación a los antiguos ejercicios físicos y los modernos, que muchos deportes que eran desconocidos para los griegos deberían incluirse en la competición, como el remo”. Si 23 eran las pruebas que en el 200 a.C. que integraban el programa de Olimpia, se quiso hacer corresponder las carreras stadion, diaulos y dolichos, el salto de longitud y los lanzamientos con las pruebas del atletismo, palé con la lucha y las diversas carreras de caballos y carros con las tres pruebas de hípica (saltos, doma y concurso completo). El pugilato, que correspondería con el boxeo, no fue introducido en el programa olímpico hasta 1904 (Wallechinsky y Loucky 2008).
El pentathlon, que reunía las cinco cualidades que debía distinguir a un stratiotes griego (correr, luchar, saltar, lanzar una lanza y un disco) fueron reconvertidas en el pentatlón moderno en 1912, creación personal de Coubertin con las cualidades que, según él, estaban presentes en el buen soldado de la época (correr, nadar, montar en caballo, disparar una pistola y combatir con espada). La gimnasia, tomándose el modelo practicado en Alemania, era un guiño cogido ‘por los pelos’ al gymnasion griego. Los deportes modernos que se incluyeron fueron ciclismo, esgrima, tiro con armas de fuego, natación, vela (sólo para miembros de la Marina griega), tenis y halterofilia.
Spiridon Louis, galardonado como ganador de la primera maratón (fuente: IOC)
Las dos pruebas que más expectación causaron entre el público griego, creadas ex profeso y desconocidas hasta esos JJOO, fueron el lanzamiento de disco y el maratón. Buscaban un nexo más con los antiguos ancestros helenos. El disco, por la enorme fuerza simbólica que transmitía la escultura del Discóbolo de Mirón, resultó una seria decepción para los espectadores ya que ganó un estadounidense. Por contra, el griego Spiridon Louis se convirtió en un verdadero héroe nacional tras vencer en la carrera de maratón. Esta prueba no fue un vínculo que se fabricó con el deporte de la Grecia antigua, sino con uno de los momentos claves del siglo V a.C.: las Guerras Médicas. Más exactamente, cuando tras la batalla de Maratón el mensajero Filípides corrió al asty de Atenas para anunciar la victoria sobre los persas. No fue una gesta deportiva ni olímpica, sólo un hecho bélico ensalzado por la Atenas clásica del que se haría eco la nación de Grecia en 1896. El filólogo Bréal aconsejó introducir 40 km de carrera pensando en aquel hoplita para reforzar el legado clásico en ese nuevo olimpismo.