viernes, 27 de septiembre de 2013

Restauración de los Juegos Olímpicos: ¿nacen o renacen?


Los participantes de las olimpiadas griegas decimonónicas eran gente normal sin distinción de clase (entre los vencedores hubo un carnicero, un cantero o un albañil) que chocaba con el sport elitista que se realizaba en Reino Unido y del que bebería el barón francés. Éste se encontraba de visita por la Inglaterra victoriana para empaparse y comprender mejor la práctica de una actividad, el sport, que se encontraba en pleno crecimiento. En una sociedad industrial con unas diferencias sociales bastante acentuadas, como se ve mediante la lectura de Dickens, la práctica de actividades deportivas fue un reflejo de esas circunstancias. Como a mitad de la centuria los deportes que realizaba la clase burguesa estaban cada vez más vetados al resto de la población, se fue consolidando la teoría del deporte amateur. Es decir, que sólo fuera practicado como entretenimiento y jamás como profesión. En la práctica significaba que el deporte amateur debía ser algo exclusivo de la alta sociedad, pues nadie de la working class podría permitirse sobrevivir dedicándose a competir si carecía de ingresos por ello. En los Estados Unidos, con una sociedad sin el componente aristocrático y donde los deportes que más triunfaban eran en equipo, toda esa teorización del amateurismo tuvo menos relevancia (Bádenas 2005, 89-94; González Aja 2005, 238-240).
En el marco de las reformas educativas de la III República Francesa, Coubertin vio que el sistema británico daba gran importancia al ejercicio físico como medio de desarrollar el cuerpo, la disciplina y la integridad de la persona, así que creyó conveniente transmitir esa idea del deporte como vía para la educación en su país. Con una idea de deporte de élite, expresada en su frase “juegos para una élite: una élite de contendientes, pocos en número pero comprendiendo a los atletas campeones del mundo (Coubertin 1931, 50), pero que imbuía de un internacionalismo entonces en boga por la moda de las ‘Expos’, fue aceptada por las autoridades francesas a través de la Union des Sociétés Fraçaises des Sports Athléthiques, institución que acabaría fracasando. Por eso, Coubertin necesitó de un elemento que potenciara su idea: la recuperación de un olimpismo totalmente edulcorado y adaptado al tipo de sport amateur antes mencionado, un vínculo que internacionalizara su proyecto y lo hiciera atractivo para los intelectuales al asociarse con el prestigioso pasado de la Antigüedad griega (Martínez Gorroño 2005, 248-268).
Coubertin habló de su idea de unos Juegos Olímpicos en un discurso pronunciado en la Universidad de la Sorbona en 1892, pero no se haría realidad hasta dos años después en una conferencia internacional en el mismo lugar. Allí se declararon “restablecidos” los Juegos Olímpicos con la siguiente frase solemne: “Hemos votado unánimemente por la restauración de una idea con dos mil años de antigüedad, el Olimpismo de la antigua Hélade emerge después de muchos siglos” (Actas del Congreso de París de 1894). Quienes habían votado tal aspecto eran mayoritariamente nobles, profesores universitarios y otros ‘honrosos’ oficios de Francia, Grecia, Rusia, Suecia, EEUU, Bohemia, Hungría, Reino Unido, Argentina, Nueva Zelanda, Italia, Bélgica y Alemania. A pesar de tan nutrida presencia internacional, en los JJOO de 1896 participarían sólo, aparte de una inmensa mayoría de griegos, algunos turistas, trabajadores de embajadas en Atenas y muy pocos deportistas internacionales (González Aja 2005, 242-243). En las actas del Congreso de 1894 hubo numerosas referencias a la idea de que no se inauguraba algo, sino que simplemente se salía de un letargo:
El autor comenzó por considerar los Juegos Olímpicos tal y como eran en tiempos antiguos. Observó que la competición más importante era el pentatlón, que consistía en cinco disciplinas. Para poder competir, el atleta debía despuntar en todas ellas; esto prueba hasta qué punto los griegos tenían en mayor estima un desarrollo armónico de la fuerza y la agilidad (…) Se incluía aquí el asunto de la calificación de los concursantes. ¿Deberían ser excluidos de la competición olímpica aquellos candidatos que hayan cumplido sentencias en prisión, como sucedía en la Antigua Grecia? (…) Considerando que no cabe duda acerca de los beneficios que tendría el restablecimiento de los Juegos Olímpicos, tanto por motivos atléticos como por razones morales e internacionales, la Comisión propuso un voto a favor del restablecimiento de los Juegos (…) en concordancia con las necesidades de la vida moderna (…) Siguiendo estas observaciones, la Comisión avanzó el voto de que los Juegos Olímpicos fuesen celebrados cada cuatro años, y que la fecha de los primeros quedase fijada para 1896” (Actas del Congreso de París de 1894).
Además, en esas actas se afirmaba la decisión de que sólo podrían participar atletas amateurs, que nunca hubieran sido profesionales, pervirtiendo la creencia de que durante el esplendor de la Grecia clásica los atletas eran los antecesores de quienes practicaban sport en la Inglaterra victoriana. Existía una corriente historiográfica, dentro de la cual Mahaffy influiría mucho a esta norma del COI, que sostenía que en la Atenas del siglo V a.C. todos eran amateurs en sus campos: Sócrates, Sófocles, Fidias, Tucídides, etc. Y el vencedor en Olimpia era un aristócrata cuya victoria era simplemente la corona vegetal sacra más el clamor de su polis. En realidad, recibían grandiosas recompensas por sus victorias (Miller 2004, 207-215). Por tanto, el Helenismo significaba la decadencia de las Olimpiadas porque progresivamente se habían llenado de profesionales. Por otra parte, y al igual que ocurría en la Grecia antigua, sólo podrían participar hombres (Miller 2004, 150-159). El deporte que planteaba Coubertin era una actividad física competitiva masculina en que la mujer tenía un papel secundario, igual que en la mentalidad europea del siglo XIX la fuerza del hombre tenía un alto valor social y patriótico.
Se había creado un olimpismo que sólo miraba al de la Antigüedad parcialmente, obviando las partes incomodas (el profesionalismo, o que las mismas fuentes hablan de la necesidad de castigar a los tramposos porque las trampas existían) y construyendo un ideal de pureza que coincidía con el Clasicismo antes de caer en la degeneración. Los JJOO de 1896 nacían como una adaptación moderna de la antigua institución, y se decidió que la primera edición volviera a casa. Pero la rural y abandonada Olimpia no podría hacerse cargo de ello, optándose por la ciudad de Atenas (Kyle 2007, 94-96).

2 comentarios:

  1. Hola Alberto,

    ya sabes que yo no sé mucho de deporte, pero me ha encantado, de veras. Es un tema del que no controlo absolutamente nada, y me ha parecido muy ilustrativo (lo de que las primeras victorias del sXIX fueran de la clase obrera, p.e.), ¡que sepas que te seguiré observando por aquí, eh! Ánimo, sigue escribiendo.

    Me queda una duda: ¿al final fueron excluidos de los jjoo los antiguos presos?

    un abrazo!

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  2. Hola, muchas gracias!!! Pues mañana pienso publicar otra entrada ;)
    Normalmente se usa esta cita de Filóstrato (Gimn. 25) “Un juez o un magistrado juzgan a un joven atleta por el hecho de pertenecer a una determinada tribu y patria, por su padre y su linaje, por si es hijo de libre y no bastardo, y, en general, por si es un joven adulto o no ha rebasado la edad infantil” para referir las tres condiciones que un hombre griego debía cumplir para competir en Olimpia, Delfos o Nemea. Lo de la libertad se refiere a un pasado como esclavo, así que no he encontrado alguna mención a que haber sido preso excluyera de participar.

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