martes, 24 de febrero de 2015

Los reyes helenísticos y los emperadores romanos en Olimpia

Según Filóstrato, una de las condiciones para participar en las competiciones agonísticas de Olimpia era ser griego (Gimnástico, 25). Sin embargo, ¿quién establecía los límites de esta identidad? Nadie. Asimismo, el ascenso político del septentrional reino de Macedonia, ajeno a la organización en poleis y a veces considerado como bárbaro (es decir, no griego) supuso que empezara a crecer su presencia en los asuntos del mundo griego. Entre ellos, la religión y el atletismo. Aunque los macedonios creían en los dioses griegos y no eran ajenos a la práctica atlética, su aceptación en Olimpia no era una decisión fácil y, de hecho, durante muchos años se limitó a los reyes de este estado. Alejandro I, quien reinó durante toda la primera mitad del siglo V a.C., no recibió el beneplácito de los jueces de Olimpia para participar en la carrera a pie, argumentando que no era griego, hasta que se le ocurrió demostrar tener antepasados originarios de Argos (Heródoto 5, 22).
La participación de Alejandro I creó jurisprudencia, ya que después de él la realeza macedonia pudo tomar parte en las competiciones de Olimpia usando como excusa ese linaje argivo. De este modo, el rey Arquelao I pudo alzarse con la victoria en la carrera de cuadrigas del 408. Pero sería con Filipo II, el rey que convirtió a Macedonia en una potencia sobre el resto de estados griegos, con quien esta participación tuvo gran relevancia debido a que quiso publicitar la helenidad de su reino, y legitimar la extensión de su poder sobre Grecia, en el mejor altavoz posible: el santuario donde acudían griegos de todas las regiones. Venció en tres pruebas ecuestres distintas en Olimpia entre las ediciones del 356 y 348, además de ganar en Delfos (Plutarco Alejandro 4, 5).
La utilización política de estos éxitos queda reflejada en la acuñación de numerosas monedas en las que el reverso conmemoraba los triunfos (algo que ya hacían los tiranos antes mencionados). Filipo II era muy consciente del valor que tenía triunfar en los Juegos Olímpicos para sus pretensiones políticas, porque le permitía presentarse ante los griegos a los que estaba conquistando no como un invasor sino como un monarca virtuoso y helenófilo. Esta certificación de su identidad griega le ayudó a extender su área de influencia sobre los estados griegos y a estar legitimado para ser el defensor de los intereses comunes de todos los griegos frente a la amenaza persa.
Filipo II murió en el 336 heredando su hijo Alejandro Magno una Macedonia tan poderosa que requirio la constante atención del joven rey hacia las conquistas militares, sin dejar tiempo ninguno para el atletismo. Es más, el tutor de Alejandro cuando era príncipe, Aristóteles, criticaba los excesos del entrenamiento en los atletas (Aristóteles Política 5, 4). Plutarco aseguró que su maestro le influyó en su desdén hacia el mundo del atletismo, ya que llegó a afirmar que competiría en Olimpia sólo “si reyes eran mis rivales” temiendo que vencer sólo significaría triunfar sobre hombres comunes mientras que si perdía se magnificaría por ser la derrota de un rey (Plutarco Alejandro 4, 5). Alejandro prefería que los esfuerzos se centraran en el entrenamiento y la formación militar, y no mostró mucha deferencia hacia los grandes certámenes como Olimpia o Delfos, aunque nunca llegó al rechazo pues por ejemplo no impidió las competiciones celebradas en la misma Macedonia.
Una vez desaparecido Alejandro Magno, su enorme imperio se dividió en los llamados reinos helenísticos. Uno de ellos, el Egipto de los Ptolomeos, siempre buscó potenciar su identidad griega frente a los súbditos egipcios mediante manifestaciones de la cultura helena como el agonismo. Además de construir gimnasios y estadios en Alejandría y otras ciudades, esta dinastía contribuyó económicamente al santuario de Olimpia, sistematizó la preparación de atletas para competir en los pricipales festivales (Alejandría se convirtió en una potencia en los Juegos Olímpicos). El entrenamiento de atletas con el objetivo de ser vencedores agonísticos se convirtió en una cuestión de estado. Aunque nadie de la familia real llegó a competir, sí que lo hicieron hombres muy allegados de la corte en las pruebas ecuestres. El rey Ptolomeo II inició en el siglo III una política benéfica de construcción en Olimpia y de patrocinio del santuario.
Los monarcas helenísticos de Egipto y los de Macedonia fomentaron un auge arquitectónico en el recinto de Olimpia financiando nuevos edificios religiosos, deportivos o simplemente monumentales que dejasen constancia del poder de esas grandes monarquías. Algunos fueron la Palestra noroccidental y el gran Gimnasio. El programa de competiciones se amplió considerablemente, hasta llegar a 23 pruebas en el 200 a.C., muchas de ellas de carácter ecuestre para satisfacer las grandes fortunas amparadas en las cortes reales helenísticas. La geografía de los participantes y de los olympionikai cambió, pues muchos provenían de ciudades de los grandes reinos de Macedonia, Siria-Asia Menor y Egipto. El mundo griego se estaba expandiendo hacia Asia y África, y en el urbanismo de las nuevas ciudades nunca faltaron gimnasios y estadios patrocinados por la realeza en el poder (Kyle 2007, 248-250).
Cuando Augusto instauró el régimen del Imperio en Roma el 27 a.C., derrotadas y conquistadas las monarquías helenísticas, formalmente el aparato republicano se mantenía pero en la práctica el estado se había convertido en una monarquía bajo las órdenes del emperador y con muchos rasgos y ceremoniales heredados de los reinos helenísticos. En época imperial se pueden apreciar varias personalidades romanas, incluidos varios emperadores, que mostraron un apoyo al santuario. Augusto, Agripa, Herodes I de Judea y otros más contribuyeron al crecimiento de las instalaciones religiosos y atléticas (Scanlon, 2002, pp. 45-52).
Tiberio, que sucedió en el trono imperial a Augusto en el 14 d.C., recibió antes la corona de olivo sagrado como campeón olímpico de la carrera de carros. En estas décadas se empezaron a erigir, junto a las estatuas habituales a los dioses, esculturas de emperadores y de generales como consecuencia de la introducción del culto imperial en este espacio sagrado. Nerón tomó parte activa en las competiciones del 65 d.C., una consecuencia de su viaje en búsqueda de atraerse el apoyo de las élites greco-orientales. Fue varias veces campeón. Debido a la subjetiva visión de Suetonio, la imagen que ha quedado de esta participación es la de un tirano ególatra y torpe (Suet. Nero 11, 1 y 12, 3; Crowther, 2001 p. 7).
Emperador Nerón

El emperador Domiciano llevó a cabo un programa de construcción y restauración de edificios dentro del santuario, como templos y estancias para los atletas. Tras él, un Adriano con ideas helenistas asistió a los agones y lo publicitó mediante la acuñación de monedas, la creación de nuevos lugares de cultos, de baños, de gimnasios o la reconstrucción del estadio. Estos casos pueden dar lugar a una doble interpretación: la idea de unos emperadores romanos que anteponían su interés a la tradición y la sacralidad de un lugar tan importante para la religión griega, o a la idea contraria de que determinados huéspedes del trono imperial estaban especialmente interesados en el helenismo por razones oportunistas o por simple afinidad.
Siendo significativo el caso del hispano Adriano, en general la dinastía imperial del siglo II de los Antoninos realizó un duradero patronazgo sobre el santuario. Adriano utilizó como propaganda esa imagen de benefactor de los griegos que se labró con su fomento del centro panhelénico por excelencia. La Liga Aquea, a la que pertenecía Elis desde hacía siglos, recibió con gran gratitud la generosidad de Adriano y le dedicó una inscripción celebrando la contribución del “más divino de los emperadores” a favor de las ciudades, templos, festivales y agones griegos” (I.Ol. 57). Los dos siguientes emperadores debieron seguir en esta línea benefactora hacia Olimpia, pues los eleos consagraron estatuas de Antonino Pío, Marco Aurelio y familiares de éstos como sus esposas en lugares destacados del santuario, compartiendo espacio con representaciones del dios Zeus.



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