lunes, 14 de octubre de 2013

Barcelona’92, bañada por el Mare Nostrum


La segunda y la tercera edición de los JJOO no tuvieron como sede a Atenas ni otro lugar griego, sino que París los organizó en 1900 y la estadounidense San Luís en 1904. Ambas ediciones fueron sendos fracasos, pues quedaron eclipsadas por las Expos que tuvieron lugar paralelamente en esas mismas ciudades. Sin la aprobación del COI ni de Coubertin, los griegos decidieron organizar unos Juegos Intercalados para 1906, en el décimo aniversario de la primera Olimpiada. Tuvo como sede a Atenas y al Estadio Panathenaikó, y la principal causa de este evento se debe al enfado que produjo en gran parte de los griegos el que los JJOO, una competición que consideraban suya, no siguiese celebrándose en Grecia y viajase a Francia y luego a EEUU. El nacionalismo griego argumentaba que las Olimpiadas tuvieron suelo griego como único escenario durante más de un milenio. Los griegos, que veían el olimpismo moderno como heredero del panhelenismo antiguo, no obstante consiguieron un éxito semejante al de 1896 y que con esos Juegos no oficiales el espíritu olímpico no se extinguiera antes de 1908 (Wallechinsky y Loucky 2008, 12).
Con los JJOO de Londres 1908 y Estocolmo 1912 se dio el definitivo espaldarazo a la competición, salvando un movimiento olímpico que retornó a la normalidad tras la Gran Guerra con Amberes 1920. Desde entonces todas las ediciones resultaron exitosas, con Berlín 1936 culminando esta etapa de crecimiento. Estos Juegos, aparte de ser un escaparate propagandístico del régimen nazi, acabaron de definir el tipo de evento que ha llegado hasta hoy: dos semanas donde una veintena de deportes desarrollan sus ‘mundiales’ albergados por una ciudad anfitriona que despliega todo su esfuerzo organizador bajo la mirada de todo el planeta. Desde el debut de la URSS en 1952, los Juegos fueron hasta 1988 un escenario más de la Guerra Fría. Los boicots y unos medalleros capitalizados por soviéticos y estadounidenses hicieron del olimpismo un reflejo del mundo bipolar (Miller 2004, 216-225). Y salvo la edición de 1960 en Roma, ninguna edición volvió a su región de origen, el Mediterráneo.
Barcelona 1992 fue el reencuentro de los Juegos con este mar y con el cálido y fértil clima mediterráneo. El olimpismo se reencontró con el aroma de la brisa marítima mezclada con el de cipreses, olivos y pinos. Con la alegría y la luminosidad. Bajo muchos de los ideales que acompañaban la celebración de los agones de siglos atrás, como la primacía de la competición entre atletas en vez del protagonismo de la política y los boicots. Atletas que eran seleccionados para la lid sin más requisitos que su capacidad física y su detreza, ya que quedaba definitivamente desterrada la absurda prohibición a los deportistas profesionales, una regla sin ningún tipo de conexión real con la Olimpia de la Antigüedad.

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