Sobre los símbolos
más destacados de los JJOO, por ejemplo la ceremonia de entrega de medallas a
los vencedores y la mascota que busca dar un toque divertido, también se
recurrió al atractivo poder sentimental de la Antigüedad griega. Como mascotas
se eligió una pareja de niños llamados Phevos (por Febo, uno de los epítetos de
Apolo que hacía referencia a su rol como dios de la luz) y Athena (por Atenea,
la diosa protectora de la polis de
Atenas). El diseño recuerda claramente las figuritas de terracota del siglo VII
a.C. de cuerpo acampanado llamadas daidala
y que eran usadas como representación de Atenea con rostro de lechuza.
Oficialmente, el significado de las mascotas era exhibir el valor de la raza
humana para conmemorar la humanidad que siempre ha sido el alma de los Juegos
Olímpicos (a pesar de que los de la Antigüedad, celebrados en un santuario,
tenían como sentido fundamental el culto a Zeus).
Las medallas, que
desde la primera edición de 1896 son el trofeo que premian a los tres primeros
clasificados en cada prueba olímpica, mantenían desde 1928 el diseño que
Cassioli creó empleando como motivos la diosa Niké (para los griegos,
personificación de la victoria) sentada mientras en una mano sostiene una palma
y en la otra una corona vegetal como la que premiaba a los que vencían en los
cuatro certámenes atléticos griegos, viéndose detrás el lateral de un
anfiteatro romano. Para 2004, se innovó con un nuevo diseño realizado por la
griega Votsi, en el que se representaban tres elementos de la Grecia clásica
para insistir en el origen helénico de los Juegos.
Se mantuvo la diosa
Niké, aunque cambiada porque se mostraba la escultura helenística de la
Victoria alada de Samotracia. Y en el anverso estaba también el Estadio
Panathinaikó, sede de los Juegos Panatenaicos en honor a Atenea vuelto a
reconstruir con motivo de los JJOO de 1896. En el reverso aparecían inscritos
los dos primeros versos del octavo poema de Píndaro en honor a Olimpia (Píndaro
Odas Olímpicas 8), en donde el poeta
clásico invoca al santuario como si se tratase de una divinidad que muestra las
verdaderas cualidades de un individuo. Además, en la ceremonia de entrega de
medallas se innovaría añadiendo el hecho de ceñir la cabeza de los premiados
con una corona de hojas de olivo. La corona de olivo era el premio en los
Juegos de Olimpia, de laurel en los Píticos de Delfos, de pino en los Ístmicos
de Corinto y de apio silvestre en los Nemeos. Esas coronas se armaban con las
ramas del árbol sagrado de la divinidad a la que estaba dedicado cada
santuario, un objeto modesto pero cargado de una sacralidad de la que careció
en la Grecia del 2004 (Salvador 2009, 84-85).
Durante las mismas
pruebas deportivas se quiso imbuir a los Juegos de ese barniz histórico y
clásico con el que se diseñaron el ceremonial, la iconografía y demás aspectos,
eligiendo escenarios de la Antigüedad para algunas de las pruebas más ligadas a
la esencia olímpica contemporánea. Los organizadores quisieron llevar parte del
atletismo a lo que queda del estadio de Olimpia, donde se celebraban los agones atléticos. Aunque esperaban poder
celebrar ahí el lanzamiento de disco, como recuerdo del lanzamiento de dískema, una de las cinco pruebas que
integraban el pentatlón, las dimensiones del recinto y las marcas que se
alcanzan en esa prueba (el récord mundial supera los 74 m) hacía vulnerables
los laterales, poniendo en peligro a los espectadores. De ese modo, se
celebraron en Olimpia las pruebas masculina y femenina del lanzamiento de peso,
prueba que no existía en la Antigüedad pero que era la más indicada por las
características del espacio.
Adam Nelson, vencedor del peso en Olimpia (fuente: IAAF) |
La carrera del
maratón se ha ido celebrando en todas las ediciones de los JJOO, alcanzado
tales cotas de espectáculo y leyenda que desde pronto se convirtió en la prueba
olímpica tradicional por antonomasia. Es la última competición a disputar antes
de la ceremonia de clausura, la culminación tras dos semanas de deportes. La
carrera de 2004 siguió el mismo recorrido que en 1896, comenzando en Maratón,
donde se alcanzó la victoria griega contra los persas, y concluyendo en el
Estadio Panathenaikó. Volvía a recorrerse la distancia que completó aquel
soldado elevado a héroe como símbolo de la gesta militar de Atenas antes el
Imperio Persa. Pero todo el significado histórico quedó eclipsado por el
incidente protagonizado por un sacerdote irlandés, que atacó al brasileño De
Lima, que iba primero a falta de 7 km pero que perdería las opciones al oro
tras el ataque. El COI, como acto de reconciliación, otorgó al atleta la
medalla Pierre de Coubertin (Wallechinsky y Loucky 2008, 154).
Paolo Bettini y S. Paulinho, oro y plata, con la Acrópolis detrás (fuente: IOC) |
El mar y la
navegación, factores esenciales del esplendor de Atenas durante su hegemonía en
la Liga Ático-Délica del siglo V a.C., estuvieron presentes en el deporte de la
vela, cuyas regatas se llevaron a cabo en el golfo Sarónico, entre la isla de
Salamina y la costa occidental del Ática. Para el ciclismo se seleccionó un
duro circuito por el centro histórico de Atenas, con subidas a la colina
Lycabetous y al Acrópolis. Los ciclistas pasaban junto al Partenón, siendo la
parte de la competición más fotografiada cuando dejaban atrás el famosísimo
templo.